Entre unas cosas y otras ya no me acuerdo de la última vez que fui a clase. Tampoco de la última vez en que hice algo de provecho con mi tiempo para algo que no comportase autodestrucción. Ahora ando tratando de cambiar mis ciclos vitales para poder adaptarme a lo que tradicionalmente se llama «una vida normal», con sus noches y sus dias, sus horarios y sus obligaciones… no este compendio de horas sin sentido, de anocheceres y de amaneceres difusos. Por lo pronto este intento de restablecimiento me hace vagar por los sitios con la cabeza embotada.
El viaje por la Côte d’Azur fue una especie de road-movie enferma. Pasamos por Avignon, ciudad que, si miras desde el puente, es una postal totalmente medieval. Marsella, con las esculturas iluminadas de colores y las gaviotas. Aprendí que gaviota en francés es mouette. Cassis, donde volví a ver el mar después de seis meses. St. Tropez, donde descubrí que el mito de la señora rica tintada de rubio y el jóven entrenador personal, existe todavía. Niza, donde simplemente voy a volver, donde huele a pescado y donde los alemanes, amantes de las vistas en panorámica, nos obligaban a subir y subir cuestas. Fue la primera vez que vi tantas cosas bonitas sin una cámara que me acompañase, lo que dio lugar a conocer una nueva faceta de mi personalidad: la que no hace fotos. Por último, el principado de Mónaco, cuidad con un cierto aire marbellí sobre la cual ya tengo mi propia teoría (como pasa con tantas cosas en esta vida). Resulta que siempre pasa lo mismo con todas estas ciudades míticas de que vemos fotografiadas e impresas en papel brillante acompañadas de unos articulos realmente pourri. Lo que pasa es que son un fiasco. Tampoco hay que poner a Monte-Carlo a la altura del betún queriéndolo comparar con la aberración marbellí, pero como siempre, demasiados coches, demasiadas tiendas, demasiados barcos, demasiados souvenires… y todo esto, demasiado obvio. Sin embargo nadie podrá quitarme mi momento de gloria, rodeada de turistas chinos, ante la tumba de Grace Kelly y Rainiero. Le pedí a Georgen que hiciese una foto… pero me dijo que era «blasfemia». Nunca sabré si de verdad lo pensaba o, por el contrario, simplemente esa semana había aprendido la palabra «blasfemia» y encontró el mejor momento para emplearla. Eso no es tan raro… es como cuando compra espárragos y te dice «chica, me voy a freir espárragos». Y tu tienes que hacer extrañas derivaciones en tu cabeza para llegar a comprender que es una broma.
A lo mejor es que le daba vergüenza. Pero bueno, sin nada que pueda testificar mi paso por la Tumba Real, solo mi palabra es válida.
Mucha gente ha empezado a pensar en que a esto le quedan dos dias y finito. El sueño Erasmus es intenso y, por tanto, muy corto. Eso es cierto. Pero como yo no pienso poner un pie en España hasta que no sea estrictamente necesario, tengo todavía un margen de acción bastante ancho. Todavía se pueden tener proyectos. Agunos los puedes decir y otros te los callas. La perspectiva de volver se presenta bastante lejana, como si tuviese que ver con otra persona que no soy yo. Es como cuando sabes desde hace mucho tiempo que alguien va a desaparecer de tu vida asi de repente, es un sentimiento tan irreal a la vez que certero (con mes, dia y hora) que a mi se me presenta como ajeno. Hay quien habla, cuenta lo que va a hacer, compra billetes de avión, establece fechas, utiliza el «bueno, yo no estaré aquí»… ¿como no vas a estar aqui si lo estabas desde siempre para mi? ¿Eso qué significa? Significa que un día vinimos sin contar con las ausencias tempranas. En una situación así, eres tú la que vienes y tú la que te vas. Ese es tu trabajo y no el de los demás.
Pero bueno, una está acostumbrada a las despedidas y a la cuenta atrás… lo que no quiere decir que no sea una experiencia totalmente asssssquerosa.