Desde que llegué creo que esta es la cuarta vez que cambiamos de casa. Primero fue el BloqueSoviético, Guillotière acompañados de Hassan, el reino encantado de la 21 rue st Jean… y ahora es el maravilloso mundo de la casa con tele y sofá. Lo que llamaríamos el horno de la calle St Constantine. Cuando te dicen, “vale puedes irte” no te cuentan que el frío que va a pasar es proporcional al calor que hace a partir del uno de julio. Impresionante. Ahora mismo los poros de mi piel supuran sudor. Por las mañanas es peor, simplemente no puedes dormir más allá de las 12. En este, nuestro nuevo hogar, compartimos el bochorno con otros dos franceses y un irlandés. Específicamente soy yo la que comparte calores con este último, nunca debidos a contacto carnal alguno, sino al simple hecho de compartir un salón para dormir. La pecera que nunca tuvo peces separa nuestras camas. Es muy bonito, es una nueva familia para la Princesa del Pop y para mí. Tengo que reconocer que tenía serias dudas en lo que a mi seguridad se refiere, pues dormir con Sam entraña ciertas dificultades que tienen que ver con la naturaleza humana. Mi mayor miedo era que le diera por tocarse afectivamente en presencia de una. Por ahora lo único que hace es dormir en calzoncillos y calcetines. Adorable. Además es melómano, supongo que es un moderno de Irlanda.
Que Francia ganara me dio un poco lo mismo pues el fútbol lo que consigue es dormirme, básicamente. Pero ahora, y a riesgo de blasfemar contra la madre patria, quiero que ganen los azules (oh mon dieu! ahí me tienes, metida hasta en la jerga) porque visto el resultado del martes, el domingo esto puede ser una bacanal romana. Todo el mundo estaba contento y quería a los demás. Mucho además.
Si quiero huir del calor solo puedo hacerlo en la piscina que se encuentra al lado del río, operación harto peligrosa pues los hombres no pueden entrar más que con fardahuevos. Hay veces que tus ojos se encuentran delante de ciertas visiones abominablemente horrorosas… sin embargo sigues mirando como atraído por una fuerza extraña. Así, nos encontramos en una dicotomía moral: piscina o no piscina. Sí, a eso han llegado mis luchas internas desde que me dedico al culto a mi misma y a los que me rodean. Solo nos falta el becerro de oro. Y si me pongo bíblica pues mira.
El gordo con aparato que nos “contrató” para trabajar en el castizo CafeSevilla simplemente es retrasado mental. No tiene otra. El bar huele a sangría pasada (muy pasada) y las tapas llevan colgando un cartel que pone “Gastroenteritis aguda”. Las que tienen motas blancas (humus ciertamente) ya llevan el de “Mortífero”. A pesar de que en media hora tenga una cita que decida mi futuro laboral dentro de esa empresa donde desarrollarte espiritualmente consiste en mezclar los zumos de un San Francisco, no voy a ser demasiado dura con ellos. Solo diré que son unos cochinos. Pende de un hilo mi puesto de trabajo y, atención, que no he roto ningún vaso. Me he limitado a sudar como una cerda entre cervezas, sangrías y san franciscos. Además de pintar un mural propio de la Capilla Sixtina. No se en que consiste el problema, pero sospecho que tiene que ver con encefalogramas planos y falta de capacidad para hacer un simple horario.
Me encuentro a la espera de un nuevo cisma en esta ciudad que sacudirá los cimientos sobre los que se construye el sentido mismo de la vida. Georgen se va esta semana. El hombre lingüista y dos veces lingüista. El hombre que me barre los pies. Miembro de la familia desde su creación.
Un hombre de casi 30 años que le esconde los tatuajes a su abuela para no matarla.