PULGAS

Cuando salí de la ciudad francesa me despidió un cartel en el que se podía leer “nostalgia”. Visto así, desde el coche, parecía ser más una especie de amenaza que una despedida en toda regla. No me despedí de nada porque todo se desarrolló como un proceso lento y paulatino. A cada kilómetro perdía algo más. Cuando llegué al sur de España ya lo había perdido todo. Incluso la inocencia. Y eso es una cosa que una vez pierdes no vuelves a recuperar en tu vida… es más, yo diría que te pasas lo que te queda de tiempo en este mundo intentando buscarla de nuevo, por eso nos pasamos lo que nos queda buscando algo que puedes llamar Amor o como te de la gana. Si al final todo es cuestión de cómo uses las palabras. U optas por palabras comodín como la que acabo de mentar, o te dedicas a construir frases más complejas y enrevesadas. A mi me gustaría ser categórica en mis juicios (en los que tienen que ver conmigo), pero como no sé me dedico a dibujar espirales.

 

Me hicieron falta todos esos quilómetros compartidos y unos cuantos días de reposo para que mis ojos se acostumbrasen a la luz y pudiese ver con claridad. Aunque bien pensado, en ese sentido podríamos decir que no tengo los ojos hechos para demasiada luz porque eso de la claridad es un concepto abstracto que la mayoría de veces se me escapa. ¿Para que voy a tomar una decisión y actuar en consecuencia cuando puedo tomarlas todas a la vez y vivir en una continua contradicción? No es un Sí-pero-No ni un No-pero-Si. Es un Si-y-No. Mi gran problema es que siempre pequé de acumulación. Todo es siempre mejor que sólo algo.

 

Y entre unas cosas y otras me puse a hacer footing. Y ya lo dejé. Y me uní al grupo de las rubias platino guiada por una necesidad inconsciente (o no tanto) de parecerme a alguien extranjero. Sí, más. Y volví a colgar pósteres que hacía más de un año no veía. Pero no me puse a llorar ni a martirizar a los demás. Así que esa palabra con forma de amenaza de la que hablaba antes no ha salido de mi boca. Después de un año dedicándome a una o varias lenguas, dependiendo de lo que tú quieras entender, es bastante grato volver a sentir que todavía puedes pensar palabras y escribirlas… con mayor o menor gracia.

 

He vuelto a la vida intelectual. No hace falta tener miedo. Y ya que hablábamos de amenazas, yo no represento ninguna en ese sentido. Tampoco lo hacía antes, pero por lo menos antaño soñaba que me daban un Pulitzer y no me entraba la risa. Quiero pensar que no es a causa del alcohol o de no utilizar mi materia gris para otra cosa que no fuese traducir o destraducir, sino que el tinte que me puse ha penetrado a mi cerebro y lo está invadiendo. Y es que he descubierto el drama que supone ser rubia. Y es un drama, no por los demás, sino sobretodo por ti misma. Al principio, cuando intentaba seguir las conversaciones de (mira, al azar) Spielberg y compañía (no el judío, el de mi clase), me tocaba el pelo con un gesto de esos que intentan ser espontáneos y desenfadados pero que solo están dirigidos a reconstituir (o intentarlo) la coiffure, y pensaba… “coño, es que soy rubia”. No me quiero ni imaginar qué hubiese sido de mí si de verdad fuese rubia-rubia. Creo que en breve iré a la droguería a por el pelirrojo si es que quiero aprobar los exámenes.

 

Y que conste que no tengo nada contra las rubias, ya sean las de chocho morenote o las naturales. Es una simple cuestión de autosugestión. Bueno, no tengo nada en contra a priori, porque yo siempre tengo algo en contra de otro algo o alguien. No, no soy una criticona… eso no. Como me dijo el camello de Miss Kittin en el Razzmatazz, “tú eres una escéptica, ¿quieres un poco mas de MDMA?”. Y claro, ahora podría dejar esta frase así y acabar tal cual y quedaría en plan “como la rompo, como (me) molo”.

 

Pero no.

 

Ni la rompo ni tampoco molo. El susodicho era un machucho, camello de tres al cuarto, si es que le otorgamos esa categoría y no la de “hola, doy pena, no me escupas”. Seguramente se habría hecho una foto con Miss Kittin y se sentía con la suficiente autoridad como para decir que ahora la chica está gorda y pincha mal. Yo y las drogas ilegales nunca tuvimos una muy buena relación y para una vez que pruebo algo va y me pone de mala hostia (para lo que no me hace falta ser inducida artificialmente, ese trabajo ya lo hago sola). Para acabar de rematar, el Razzmatazz es un sitio de pulgosos (y cuando digo “pulgoso” es en su sentido más crudo y literal). Pulgoso, viene de pulga. Del latín “vaya asco”.

 

Pero sí. El hombre desde ahora conocido como el-falso-camello-de-Miss-Kittin tenía razón, soy una escéptica. Y me lo pasé de puta madre también.

 

Como me dijo PP, “yo no he venido aquí a ver catedrales”.

 

Pues eso, yo tampoco he vuelto a España para ver catedrales.

P.D. Si alguien se ofrece voluntario para cambiar este rollo de tele chunga me lo comunique.

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