EL ÚLTIMO COUPLÉ

Hoy he hecho un examen de francés. Pero parecía más bien un examen de conciencia. La primera de las dos preguntas ha consistido en una redacción sobre lo que para mí es la felicidad. La segunda, otra redacción cuya premisa era si creo en la suerte. Y he escrito algo que sería merecedor de ser publicado en la revista Despertad!, esa que reparte gente feliz los viernes por la tarde. Que es el día de predicar a Jehová, como todo el mundo sabe.

(… por cierto, quiero hacer un inciso y denunciar ante todos que en mi Word la palabra mahoma no sufre ningún cambio cuando la escribes mientras que la palabra Jehová se pone en mayúscula automáticamente. Por otro lado la palabra pene queda intacta… y la palabra vagina no es aceptada como correcta. Creo que Microsoft es cómplice de una conspiración judeo-masónica)

He escrito cosas que supongo que en el fondo pienso pero que escritas (y en francés, el idioma de la gena) son como un gran bollo de fresa y nata con guindas de cereza. Según mi examen, la felicidad es una imposición social que nos obliga a ser seres casi perfectos en busca de las necesidades que nos crean los demás. Y como nunca conseguimos esa perfección nunca somos felices. La perfección a la que la mayoría aspira, siempre según mi redacción, pasa por ganar dinero, ser guapo, estar enamorado, tener una casa donde vivir y un trabajo que nos realice. Ahí es nada. Como pueden ver, la patochada más grande nunca escrita… ah no, que no se ha acabado. Me falta la conclusión. También he dicho que la forma más bonita y auténtica de felicidad es la que no responde a razones. La que no te explicas, la que no puedes relacionar a nada. Luego está lo de la suerte. Le he explicado a la profesora que normalmente tengo suerte, porque mira chica, no sé dónde voy a estar mañana ni a quién me voy a encontrar. No le he dicho que quizás eso haga que no sepa quién soy, aunque también es divertido. Quizás es profundizar demasiado y mi dominio de la lengua, acompañado de un límite de 150 palabras no da para más. Luego me he preguntado qué estaba pasando. Pero me he puesto la música y he decidido olvidar.

La semana pasada el señor que nos atendía en el Corte Inglés buscaba Freaks como un loco. Ya no le importaba que nos quisiésemos pirar, era una cuestión de honor. Él conocía la película, es más, la había visto y juró que la encontraría. Lo hizo, de hecho. Mientras (o antes, ya no me acuerdo) mirábamos un libro de horóscopos. Según lo que pude leer, los nacidos el mismo día que yo se dedicarán a ser pinchadiscos en la radio o guionistas. La verdad, querría ser las dos cosas. Aunque también es cierto que en ese momento di las gracias por no haber nacido otro día. Imagina, hay gente que conozco que será desactivadora de bombas en Camboya. O por ahí. Donde quería ir a parar (creo) es a un pequeño libro de gatitos, en el cual pude ver, de repente, al gatito mejor del mundo, uno chiquitito entre geranios. Lo que se dice una horterada. Pero es que me entró una ternura tal que al segundo “aiiiiii, q mono” mis acompañantes no sabían si me reía de ellos o si tenían que asustarse. De nuevo, esa pregunta que me retumba en la cabeza… ¿qué está pasando? Un eco lejano. Ninguna respuesta.

Quise echarle la culpa al subidón de hormonas. En el caso en que sea eso, es siempre mejor que una enfermedad congénita. De alguna manera debo explicar las razones que hicieron que me levantase el sábado por la mañana, después de la gran boda, con unas ganas de llorar que no refrené. Es que mirase a quien mirase me daba pena. Pero pena penita pena. Cosa que conllevó las lágrimas más grandes que mis ojos han expulsado desde hace mucho. 

Con la pena pasa lo mismo que he dicho antes sobre la felicidad. La más auténtica y la más bonita es la que no es culpa de nadie ni responde a nada en particular. Esa es la pena metafísica, la mejor de las penas. Porque es la que más tiene que ver contigo y la que menos con los demás. Nadie la entiende y a nadie puedes explicársela. Por eso mismo te permites sacarla al exterior. Si hubiese una forma primigenia de tristeza, sería ésta. Si el primer hombre o mujer de la tierra lloró alguna vez, sería de esta manera y no por el ataque de un mamut.

Siempre según mi redacción de francés. Y según mi particular visión de la evolución humana. Donde los primeros hombres y mujeres convivían con los mamuts.

 

Inciso. Estoy de un moralista últimamente que no hay quien me aguante.

Deja un comentario