BUT I’M A CHEERLEADER

Me han dicho una de las frases más románticas de la historia de las frases románticas del mundo: “recuerda que tienes un pene que te espera”. Exacto. Siempre habrá un pene para mí. Y eso es lo más sensible que me escucharás decir. En caso de ponerme novelesca, prefiero ser Lucía Etxebarría que Corín Tellado. Espera no… creo que prefiero a Corín Tellado como muestra de la perversidad positiva del moralismo acérrimo antes que una mujer que define a sus personajes femeninos como prototipos fijos, “tipo A” (para casarse y despreciar) y “tipo B” (para follar e intelectualmente superiores). Dios, sería taaaaan feliz escribiendo novela rosa erótico-festiva… De esa que hace que las solteras maduras se masturben con lagrimillas asomando por sus ojos. El llamado feminismo “pro-sexo” asociado esta vez a la literatura “basura” (remarco, con comillas, lo de basura). Si el porno, considerado como género marginal, tiene quien lo reivindique, la mala literatura puede hallar también sus seguidores. Por lo menos yo estoy entre ellos. No vamos a consumir porno todos los días como tampoco todos los libros que vamos a leer tienen que ser aberraciones culturales… pero reconozco que una buena novela mala, cogida a tiempo, puede llegar a ser extremadamente liberadora. El Código Da Vinci no vale como literatura basura. Es basura, es excremento, es vómito… pero hay que rascar un poco más al fondo y alejarse de la superficie de los best-sellers. Sólo así podremos invertir el vómito hasta hacerlo positivo y, por lo tanto, sano y necesario para nuestra vida mental.

Dicho esto, creo que es el momento perfecto para que dé rienda suelta a mis pulsiones reprimidas y cree una obra corta y concisa (estoy en la base de mis teorías, no puedo darlo todo de golpe) para las solteras de este mundo y para las que no lo son. Esto podría ser el punto de partida para una futura carrera más o menos fugaz (depende de lo frustrada que esté como escritora de novela rosa para mujeres que no fluyen. Y digo fluir burdamente, de fluido y fluidos. Sin ninguna pretensión:

PARTE 1. Silvana o el bombón del tiempo.

<< Silvana acarició el rabo del enorme minino que dormía sobre su regazo a la vez que se estiraba para alcanzar mejor el bote de leche merengada. A ella le gustaban las cosas dulces. Ya desde su más tierna edad, Silvana reveló un gusto exacerbado por lo dulce y un sentimiento de náusea por todo aquello que faltase de azúcar. La leche merengada había sido su fiel aliada en varias ocasiones, a lo largo y ancho de su vida. Al no poder tolerar los alimentos salados, el uso reiterado de este mejunje, que a ella se le antojaba cáliz divino, se hacía obligatorio. Un poco de leche asomaba entre las comisuras de sus labios. Al pasar la lengua, Silvana recordó la cantidad de veces que le habían eyaculado en la cara.

A su parecer, el porno había hecho mucho daño. No es que a ella no le gustasen ese tipo de prácticas. Era, simplemente, que no las pensaba muy higiénicas. Sus amantes encontraban apasionante el mancharle la cara, una y otra vez. Y ella no podía sino preguntarse si tal manía no se debía, en cierto modo, a que su rostro causaba en los hombres una especie de perversa repulsión. Cuando era pequeña no era muy bonita, en realidad continuaba sin serlo… pero de ahí a tener que aguantar ciertas cosas había un trecho. Silvana acercó su cara al rabo del gato y jugó con él. Le gustaba el tacto suave del pelo en su nariz. A veces le hacía cosquillas y sentía escalofríos que recorrían su columna vertebral. Lo encontraba agradable. La mujer pensó que, ciertamente, esa bestia debía de ser la reencarnación de algún dios egipcio, dado su imponente porte y su rabo poderoso. Silvana había tenido muchos animales, pero acababa matándolos a todos a causa de su falta de responsabilidad. Ella y los seres vivos no eran una buena combinación. Con su madre había pasado lo mismo. Lo advirtió, era descuidada y no servía para horarios, inyecciones y supositorios. Total, que fue una pena. Quisieron echarle la culpa, porque por lo visto olvidó cambiarle los pañales así como varios días. Digamos que eso es una cantidad de tiempo considerable. Por un lado el tiempo es una invención humana, algo relativo y sujeto a consideraciones. Pero por otro, el almacenamiento industrial de excrementos causa infecciones, se quiera o no.

No obstante, el minino que retozaba sobre su muslos en ese momento le estaba durando bastante. Esto podría deberse en parte a que, desde hacía ya algún tiempo, se encontraba medianamente equilibrada. Ninguna de sus crisis le había sorprendido de nuevo. O eso que los demás llamaban crisis, claro.

Silvana acercó el tubo de leche condensada y abrió la boca. Apretó ligeramente, de forma suave, continua, firme. Y empezó a sentir ese sabor dulce que dominaba sus papilas gustativas y aturdía sus sentidos. Era una sensación que conocía de sobra, la pastosidad de la masa, el sabor que quedaba en su paladar durante unos minutos. Nada que ver con otras cosas que había probado tiempo ha.

Cuando estaba en la escuela primaria Silvana se masturbaba delante de las otras niñas. Simplemente se subía la falda, bajaba sus bragas y se ponía manos a la obra. Esto no hubiese tenido mayor importancia, o por lo menos no hubiese contrariado tanto, si ella no hubiese sido la profesora de biología. Incapaz de controlar su propia naturaleza animal, se dedicó al frenesí que le causaba rozar su vulva delante de las niñas. El APA decidió expulsarla y abrirle un expediente. Su caso salió en los periódicos, alimentando el hambre de las cientos de personas que cada mañana se deleitan con copiosos desayunos. Sin trabajo, sin familiares y sin motivaciones sexuales, la mayor injusticia de su vida pudo acometerse.

En el centro donde la ingresaron la existencia no era lo que podía llamarse fácil. Las demás chicas se dedicaban a meterse con ella con la ayuda de un desatascador al que llamaban Rocco, apelando directamente al carácter fálico del mismo. A Silvana no le importaba tanto que la violaran como que lo hicieran como un desatascador llamado de ese modo. Le parecía extremadamente genital y, por lo tanto, machista. Silvana, además de la sal, odiaba todo aquello que fuese falo-centrista. Así que Rocco y ella nunca fueron grandes amigos. La única compañera que encontró en ese sitio, horrible y devastador para toda alma libre como la suya, fue Olimpia. Por la que siempre sintió una especie de pena y repulsión, todo al mismo tiempo. Según su parecer, Olimpia era un ser bello, hermoso… pero extremamente patético. Las otras internas comentaban que era medio andrógina, medio deforme, medio mujer, medio hombre. Medio nada, al parecer. Dado el carácter bizarro de su naturaleza sexual, nadie se metía con ella. A Olimpia se la miraba como se mira a una estatua de la Grecia clásica. Y ella, desde su postura glacial e impenetrable, alimentaba la leyenda.

Pero a Silvana no había quien la engañara. Pragmática en sus propósitos, alejó toda duda cuando, simplemente, le bajó las bragas. He aquí que el mito se deshizo ante sus ojos. Su vagina, formada como la de una mujer, tenía un clítoris megadesarrollado ciertamente ridículo. Una cosa eran las acepciones fálicas que se le daban a un desatascador, y otra la travesura que Silvana encontró entre las piernas de Olimpia. La biología le había gastado una broma pesada a esa pobre criatura que, además de básica y animal en su comportamiento, era un ser sin sexo definido. Ridículamente espantoso, pero extremadamente bello como concepto. A Silvana le atraían su decadencia y su deformidad de una manera casi sádica.

Sabía de sobra que, además, a su amiga nunca le eyacularían en la cara ni la violarían con útiles domésticos. Hasta en Grecia está prohibido orinar en las estatuas. >>

But I’m a Cheerleader, 1999, Jamie Babbit.

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