HIGH SCHOOL MUSICAL

La muchachita, que hasta ese entonces se había mostrado tímida, cauta y parca en palabras, se atrevió a elevar la voz por primera vez. Había subido el tono con la intención de hacerse escuchar por encima de las demás conversaciones cruzadas, que se desarrollaban de manera simultánea. Pronto los murmullos cesaron y ella se vio protagonizando un monólogo improvisado pero, sobretodo, inesperado. Delante tenía a un grupo de personas a las que conocía desde hacía apenas unos cuantos meses. Nunca antes se había permitido tal osadía… ¿A qué se debía este atrevimiento repentino? Quizás fuese la música que sonaba de fondo lo que la había animado a abrir la boca. Puede que esa sensación de recogimiento que genera el sentarse delante de una chimenea encendida. O la ventisca de nieve, que seguía peleando con insistencia fuera de esas paredes, desde que los termómetros descendieran unos cuantos grados por debajo del cero… algo habitual en esa zona del mundo. La muchachita sabía, sin embargo, que tal arranque de sinceridad se debía a un estímulo mucho menos poético, aunque sí más efectivo a corto plazo. Entre las manos sostenía una copa llena, que no era la primera que tomaba, ni tampoco iba a ser la última de la noche. Su discurso empezó lento, denso, trataba de organizar sus ideas para dotarlas de un sentido, pues lo que estaba expresando no era nada fácil. Ante todo para ella misma. Pero como nadie parecía querer interrumpirla se sintió envalentonada.

El líquido de la copa se le estaba subiendo ya a la cabeza. A lo mejor la escuchaban porque ellos eran amables, pensó. Aunque puede que hasta les interesara esta historia, ocurrida hace mucho tiempo…    

<< Mirad, todos dicen que nuestra generación sufrió una pérdida de valores reales, que lo que nos movía era el consumismo, la aceptación de unos roles determinados de antemano, el conformismo. No teníamos nada a lo que agarrarnos, no había futuro, no existía ningún líder vivo a quien seguir. He pasado muchos años escuchando este tipo de cosas. Seguramente es verdad y los que así lo afirmaban no iban muy desencaminados.

Pero yo no pretendo hacer sociología. Solo intento decir aquello que sé. Y lo que os puedo asegurar es que a mí nunca me transmitieron unos valores en cuanto a comunidad. Me enseñaron a ser un sujeto aislado. Me hicieron ver mi singularidad, mi propia individualidad frente a los demás, mis propios factores de diferenciación. Eso tiene muchas cosas malas, y hablo de mi caso en concreto. Nunca me hice ningún carné de ningún partido político, nunca sentí que pertenecía a una corriente musical determinada, o a una tribu urbana específica. Nunca quise mucho a mi país y tampoco lo odié demasiado. No era de la generación X y por lo tanto no compartía impulsos suicidas con el resto. Nunca me gustó pensar que era algo y no otra cosa. Puede que no experimentase esa sensación de comulgar con una comunidad, de sentirme parte de un todo aún más grande y más poderoso. No profesaba ninguna religión, ni siquiera era de ningún club. No compartía mis más arraigadas pretensiones con un grupo de interés. Era yo y los demás Que no eran como yo.

Sin embargo sí tenía unas convicciones políticas determinadas a las que no podía, o no sabía, ponerles una etiqueta. Me gustaban unas canciones y no otras. Tenía un criterio que había ido forjando con el tiempo. Me vestía con unos colores porque me decían más que otros. Había cosas que no me gustaban por principio, y otras que me apasionaban desde hacían mucho tiempo.

Esto no es una oda a la individualidad. Intento contar una historia, la historia de una suma de personalidades definidas, promovida por la necesidad de contar con alguien. Y de que alguien más que tú mismo contase contigo.

A veces ni siquiera lo deseabas ¿Contar con alguien más? Todo lo que habías aprendido te hacía desear ser Uno… y no Uno más los Demás. Pues aún en esos momentos en los que te alejabas del gentío, no eras Tú del todo, porque comprobabas, sin demasiado entusiasmo, que había alguien más. Podías vivir sin ellos, pero no era eso lo que querías. Porque, sorprendentemente, eras más tú mismo que cuando estabas solo. Y eras más feliz.

Durante todo ese tiempo del que hablo, aprendí a valorar a los Otros-YO que pululaban a mi alrededor. A las otras personalidades únicas y preciosas que formaban, junto a mí, un grupo heterogéneo y extraño. Histriónico y discordante. Mi mundo no era una suma de elementos iguales, sino una mezcla de personalidades que no se parecían entre ellas y que eran distintas a las del resto de los mortales. Fuimos distintos los unos de los otros. Pero, y puede que a causa de esto, también respecto a los demás.

Y me daba miedo, me daba mucho miedo, que con el tiempo dejásemos de diferenciarnos del resto. Que no tuviésemos una idiosincrasia propia y nos mimetizásemos con el resto de este mundo, que es tan grande. Porque lo que nos hacía fuertes era un futuro de posibilidades abierto delante nuestro, un futuro lejano del que no había que preocuparse. Éramos diferentes porque no teníamos que hacer lo que los demás.

Uno de mis mayores miedos es la mediocridad. No quiero que pase el tiempo y que la gente especial que conocía se transforme en gente mediocre para mí. No quiero parecerle mediocre a ninguno de los que me rodeaban entonces.

No vivía en un mundo de ensueño. Sin embargo pienso que todo eso fue real, ha sido real, y lo he vivido intensamente durante algunos años. >>

Al acabar su discurso, la muchachita se sintió feliz porque había logrado soltarlo de un tirón, sin vacilar y con una seguridad tal que convenció a todos los asistentes. <<Sí señor, fuimos felices en épocas de infelicidad>>, dijo para sus adentros. Sin embargo, al momento pensó en lo ridículo que sonaba todo.

No lo había vivido intensamente todo el tiempo. Ni había sido cuestión de años. Pero fue tan importante que ahora que lo necesitaba podía permitirse una idealización en toda regla.

 La realidad pertenece a quien la recuerda. ¿O no?

 

 

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