PASION POR VIVIR

Tras un viaje corto, pero gozoso, me tocó encerrarme en casa. Castigada por haber intentado pasarmelo bien. Castigada por conseguirlo.

Este encierro (auto)exigido por leyes académicas ajenas a mi voluntad, ha minado mis fuerzas y mi fortaleza psicológica. Quizás tengo el síndrome del ocio, que hace ahuyentar toda posibilidad de vida intelectual en mi cerebro. Aunque no, mira. Pese a que el virus del ocio desenfrenado es ya un clásico-crónico  en mi organismo, no es eso lo que me destruye. Lo ha intentado muchas veces, pero todavía quedaba un reducto para la erudición o el academicismo riguroso. Todavía no he matado mis facultades a fuerza de alcohol y drogas. Soy joven, eso vendrá con los años. Aún es temprano para poder ser una turbada ingeniosa y querida por todos, pese (y por) llevar el rimmel corrido. Es pronto para fumar opio en apartamentos modernistas en tonos blancos y negros.

Concentrarme es una tarea tan dificil que está derivando en un trabajo de dimensiones titánicas. Y si me pongo hiperbólica y acudo a los mitos clásicos es porque el tema lo requiere verdaderamente.

El tiempo que malgasto lo gasto en pensar en las miles de cosas absurdas habidas y por haber. He pensado, por ejemplo, en los distintos posibles recorridos paralelos a los que una persona tiene opción, como en los tests de la Cosmopolitan. Todo tiene importancia, desde pararte o no en un semáforo hasta ponerte chaqueta o abrigo. Pero este pensamiento no me ha satisfecho. Lo he encontrado fácil, obvio y demasiado melodramático para mi gusto. Puede que sea cierto. Algo de cierto hay en todo, por otra parte, eso no me sirve. Además, antes de estar con Ashton, Demi Moore hizo una película que trataba este tema (mismamente), lo cual me desautoriza (y desalienta) a refllexionar sobre un asunto que Demi ya ha llevado hasta su máxima madurez académica.

He pensado tantas cosas que a la vez no he pensado ninguna.

Sé que esto debería ser una especie de cuaderno de bitácora, en la línea de los mapaches y demás cosas que hay por aquí. No el cuaderno de un psiquiatra de tres al cuart que escribe cosas al azar al no conocer el diagnóstico exacto. Pero estoy en una etapa totalmente a-mocional. Lo cual no quiere decir anti-emocional, porque a favor de las emociones, lo que se dice a favor, estoy. Las celebro y me nutro de ellas cual ladilla. Creo que más bien me parezco a un replicante. Los replicantes saben que hay algo, que hay personas a las que de verdad se les hincha el pecho, y no de tabaco. Sin embargo ellos son incapaces. He visto muchas cosas, he visto cascadas de metros y metros de altura, he visto la naturaleza en estado semi-puro, he visto arquitecturas geniales. Puedo incluso decir que he visto los círculos de Orión. Pero no he visto nada en realidad. Porque no he sentido nada. Y no puedo llamarlo apatía.

Lejos de hacerme sentir una desadaptada, lo que provoca una situación tal es que piense. Y, a decir verdad, no es la primera vez que me pasa. Recuerdo, yo pequeña, estar sentada en el pupitre de clase mientras todos los demás miraban Algo por la ventana. Nunca supe qué era ese Algo porque nunca conseguí que me interesara lo suficiente como para levantar mi culito blanco del asiento. Mi culito blanco aprendió a levantarse por su propia cuenta años más tarde, pero seguimos en las mismas. Casi. Me acabo de acordar de que hace unos dos años escribí algo parecido a esto. Yo misma llegaba a la conclusión de que a veces tengo que buscar lo que de verdad me emociona a mí, porque puede que no sea lo mismo que al de al lado. O puede que sí, pero en ese caso a lo mejor le pido en matrimonio o le invito a un ron con sprite y granos de café. Fíjate que pongo ambas cosas al mismo nivel…

Lo que más gracia me hace es mi capacidad para decir muchas cosas juntas sin que ninguna sea demasiado interesante. Es lo que tiene la a-moción, que lo impregna todo.

Hasta las letras.

Pasión por vivir, 1999. Alain Berliner.

(con Demi Moore en el papel de Martha Marie Willis, que yo no miento!)

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