Si considero que mi existencia transcurre sin olvidar un punto de referencia constante, puedo también afirmar que vivo al otro lado de un océano donde las cosas pasan seis horas después. En muchas ocasiones olvido toda cuestión referencial y todo pasa ahora. Puede que las distancias más grandes sean las que se instalan en la cabeza, aunque yo diría más bien que un océano hace cambiar la mentalidad de cualquiera. Si alguna vez me preguntas si me gustó estar aquí y te respondo con un “sí, pero hizo mucho frío”, no te lo creas. Si te interesa saber, exige que te cuenten la verdad en versión extendida, montaje del director. A lo mejor, y si das con una buena edición para coleccionistas, puedes disfrutar de unos extras, con escenas descartadas, entrevistas a los actores y declaraciones en exclusiva del equipo. Cierto es que cada vez me apetece menos hablar de lo que hago/como/vivo/lloro/río/viajo/veo/escucho… y ni siquiera cuando lo intento me sale bien. Me encanta ver cómo he perfeccionado el arte de no contar nada de mí a nadie, bajo ningún concepto. Aunque lo intente, ya no tengo credibilidad. Y aunque a veces quiera, ya nadie me lo pide.
De lo único que tengo ganas en este preciso momento es de estar en casa de mis abuelos, en el porche, debajo de las moreras, sentada en una mecedora, leyendo. Mientras, mi abuela ignora el hecho de que esté realizando cualquier otra actividad más que la de hacerle compañía, y me habla de las mismas historias de siempre porque la señora pierde la memoria de una vez para otra. Me cuenta cuando mi bisabuela se tiró al pozo ya que, según diagnóstico profesional, “tenía impulsos de matar o matarse”. Me recuerda a personas que se han muerto ya y que yo no conozco. Me dice que que mi bisabuelo se comió una tanda de higos con gusanos. En ese porche la vida no transcurre, solo hay una brisa pesada y algunos coches viejos que pasan para comprobar el nivel del agua de la acequia. El campo es seco, el agua para el regadío es demasiado salada y a mi abuelo se le va la cabeza. Ni siquiera hay piscina. Y esto no es ni siquiera nostalgia, es deber.
De tanto mirar hacia delante te olvidaste de volver la cabeza, no sea que te tuerzas el cuello y, de paso, te recuerden quién eres.
Jeunesses musicales; Claude Jutra, 1956.