Maya Angelou y el corazón de una mujer

«The heart of a woman«, que es como se titula el libro en inglés, es la cuarta de las siete novelas autobiográficas escritas por la activista/periodista/poeta/feminista/actriz afroamericana Maya Angelou. En este caso, la autora se presenta como una mujer que comienza a emanciparse económicamente al tiempo que crece su compromiso, tanto político como artístico. La veremos recogiendo fondos para Martin Luther King, como parte de una compañía teatral que trata de romper moldes en el Nueva York de los años 60, colaborando con el Gremio de Escritores de Harlem y, finalmente, como corresponsal en El Cairo hasta su separación del activista surafricano Vusumzi Make. Más tarde se mudaría a Acra, donde su hijo empezaría la universidad y ella compartiría activismo con el mismísimo Malcolm X

Pero eso ya es otra historia. Otro libro… 

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Maya Angelou durante una lectura en el Robsham Theater / Flickr

Me gustaría empezar aclarando que «The heart of a woman» no versa exactamente sobre las aventuras africanas de Maya Angelou, sino que se trata ante todo del testimonio sincero, no exento por tanto de autocrítica, de una mujer en búsqueda de ella misma. Con un tono descriptivo, aparentemente frío pero no exento de poesía y realidad, la autora relata su propia vida ayudándose de detalles extremadamente precisos. Un trabajo, el de la reconstrucción de la propia memoria, que resulta muy interesante como ejercicio literario. ¿Hasta qué punto las conversaciones que evoca Angelou se dieron tal cual? ¿De qué manera ha reescrito su historia? ¿Cómo se construye la épica de una mujer?

Cuando hablo de (re)construir un relato personal no pretendo poner en duda si lo que cuenta es o no real. Lo es, porque lo ha escrito ella. Todos somos seres en perpetua construcción de discursos, lo hacemos sin cesar. La religión, los estados-nación, las relaciones, las crónicas periodísticas, los relatos épicos… El mundo es una construcción constante donde nada es verdad, pero tampoco mentira.

Partiendo de esta base, Maya Angelou nos presenta la búsqueda de lo femenino en sus múltiples facetas. ¿Cuál es su lugar en el mundo como mujer, afroamericana, madre, amante, activista y trabajadora? Preguntas para las que no hay respuestas claras, solo una lucha constante con ritmos irregulares, con derrotas y con victorias. Con todo el dolor y la inestabilidad que ello comporta. Con etapas de lentitud, de inmobilismo. Con episodios (capítulos) que se leen con la rapidez y el estremecimiento propios de esa época frenética, que la autora retrata con gran acierto.

No obstante, debo reconocer que el libro no resultó lo que esperaba encontrar.

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Recitando «The pulse of morning» durante la investidura de Clinton en 1993 / Wikipedia

Seguramente esté yo, como muchos otros lectores y lectoras, llena de prejuicios. En mi caso, esperaba encontrar el discurso de una perfecta heroína. Un modelo a seguir. No lo encontré. La Maya Angelou del libro, al menos de este libro, no es una mujer de dudas disipadas. Al contrario, se cae y se levanta y se vuelve a caer. Y te lo cuenta. No es culpa del libro, es mía. Supongo que en ese preciso momento tenía la necesidad de leer un relato en el que a la heroína fuese un ser semi-perfecto, alejado de mis propios errores y cavilaciones. Esa manía que tenemos algun@s de mirarnos el ombligo.

Maya Angelou no fue una heroína sin fisuras, sino un ser que daba tumbos de un lado para otro, en ocasiones disfrutando con lo que hacía. Otras, odiándolo, improvisando sobre la marcha y reinventándose constantemente. ¿Alguien se siente identificad@?

Posiblemente mi propia resistencia interna a aceptar ese vaivén al que nos somete la vida fuese una de las razones por las que acabar el libro me tomó cierto tiempo. El principio me pareció lento, perezoso, sin importancia. Lo dejé estar un mes y medio. No tenía ganas, no entendía el objetivo del mismo. Lo volví a coger, en otro momento vital, quizás más abierta, quizás debido a una cuestión de ética (esa moral judeocristiana que me provoca sentimiento de culpabilidad cada vez que dejo un libro sin acabar).

Cuando Maya Angelou se instala en Nueva York, tras muchas mudanzas y algunos amores, empieza la verdadera aventura. Se inscribe en el Gremio de Escritores de Harlem (el Harlem Writers Guild)  a través de un buen amigo, el célebre John Oliver Killens, y empieza a trabajar para la oficina de recaudación de fondos de Martin Luther King. Es en este punto cuando la atención se dispara y empiezo a captar los subtextos.

Todo el libro gira alrededor de la construcción de la propia identidad. Por eso he hecho referencia, en la introducción, a la banalidad de reflexionar sobre si la exhaustividad de los detalles ofrecidos corresponde o no a la realidad. Porque lo más interesante es conocer cómo una autora construye la épica de su propia existencia. Su realidad. Porque identidad es igual a construcción y abarca todo un entramado: de lo que creemos que somos a lo que queremos ser, de lo que los demás piensan que somos a la negación de la mirada del otro. Volvemos al principio, al relato del yo, el discurso del ego.

Si Maya Angelou hubiese escuchado el discurso social blanco heteronormativo imperante en la época, si hubiese hecho caso a lo que su madre, su hijo o sus amantes esperaban de ella, habría configurado una identidad totalmente diferente. Pero la autora te cuenta su búsqueda, desde antros de prostitución a comunas, pasando por sus relaciones con intelectuales, escritores y activistas.

Poco a poco, a través de las experiencias y las personas que la vida le regala (para bien o para mal), Angelou va a conformar, por un lado, el modelo de mujer que quiere ser. Por el otro, el modelo al que se ve abocada por el contexto social que la envuelve. Esto es, Angelou debe ser militante al ver atacados sus más básicos derechos civiles.

Su relato, como no podía ser de otra manera, es genuino y muy personal. Es un relato vulnerable y lleno de vida. Evidentemente, el contexto socio-cultural de la época (finales de los 50 y principios de los 60), es el que es… y todos conocemos lo que implica para la comunidad afroamericana. No he querido centrarme en criticar la segregación racial imperante que, aún hoy, sufren las mujeres negras en todo el mundo. Primero, porque la autora no sitúa este hecho como motor de sus experiencias vitales, sino como parte (importante) de una búsqueda identitaria. O así lo he percibido yo. Segundo, porque, al ser blanca, no he sufrido discriminación racial y me parecería ridículo entrar a juzgar cómo se sentía la autora y todo ese blablabla de aquellos que creen poder apropiarse discursos ajenos.

Me impresiona, sin embargo, constatar cómo la supremacía blanca no solo concierne el control de la riqueza y de la fuerza de trabajo. La segregación estaba (está) tan arraigada que incluye ante todo el control del cuerpo, de la mente y, lo más doloroso, del espíritu. Haciendo muy difícil, que no imposible, el pleno auto-reconocimiento. Como mujer y como militante.

Un proceso, su proceso, que Maya Angelou te cuenta a lo largo de siete libros.

 

 

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