
He leído varios artículos, muy interesantes y completos, que ponen sobre la mesa análisis bastante inteligentes sobre la matanza homófoba en Orlando, que se ha saldado con 50 muertos y 53 heridos. Análisis que se alejan de las tesis racistas e islamófobas para centrarse en lo que verdaderamente tiene en común esa matanza con todas aquellas tragedias cotidianas que se siguen sucediendo en países como Rusia, Arabia Saudí, Nigeria y tantos otros. Sin olvidarnos de la escalada de violencia verbal que se produce en nuestro país cada vez que un cardenal abre la boca.
La violencia heteropatriacal está en todas partes, aunque se camufla de distintos modos. A veces te acaba matando y otras te provoca un dolor sordo e interno que no se va nunca. Si eres afortunad@, se te olvida que tienes esa espina dentro y sigues viviendo. Hasta que lees el periódico y sientes una punzada en el estómago. Porque descubres que a los ciudadanos gays no se les deja donar sangre en una escandalosa lista de países que incluye Bélgica, Austria, Alemania, Grecia o Irlanda (fuente, BBC diciembre de 2015). Porque es injusto. Porque se viola y se asesina a mujeres TODOS los días. Porque existe el techo de cristal y eso de la conciliación es una quimera. Porque si eres mujer y estas en la treintena eres un sujeto sospechoso de querer embarazarte… lo que por lo visto te incapacita para ejercer tu puesto de trabajo. Aunque el individuo que te entreviste sea el hijo o el padre de alguien. Y así podría seguir, con una lista de apocalípticos datos que nos darían ganas de hibernar hasta el próximo milenio, a ver si ha cambiado algo.
Pero seguimos, aunque desde determinados altares no se nos deje llamar a las cosas por su nombre. El heteropatriarcado existe. Parece abstracto pero no lo es. Es la base sobre la que se ha cimentado la sociedad, las sociedades. Se trata de señalar que el hombre heterosexual ejerce una supremacía que no tienen la mujeres, o los hombres y mujeres de distinta orientación sexual, ahí es nada. ¿Tan grave es ponerle nombre a las cosas? ¿Ha cometido Alberto Garzón alguna irregularidad por la que merezca ser quemado en la plaza del pueblo? ¿Tan catetos somos que nos echamos las manos a la cabeza por una simple palabra? ¿La entienden los que la critican?
Me pregunto por qué el simple hecho de ser preciso en el uso de las palabras levanta tantas ampollas. Prueba a pronunciar feminismo (buuu susto) en cualquier reunión, sobre todo si hay hombres. La piel les empieza a hervir, los sudores fríos se suceden y el nerviosismo se palpa en el ambiente. Luego, todos son excusas. «Si, pero…». Ninguno de ellos habrá buscado en Wikipedia lo que significa, como tampoco nadie de los que han criticado a Garzón se han molestado en chequear qué era eso del heteropatriarcado.
Incomoda. Pone en cuestión determinados privilegios que te encantaría mantener. Que no piensas que estés ejerciendo. La vida se vuelve más seria, más complicada, menos divertida. El cielo se nubla, los pajaritos dejan de cantar, se desvanece el arcoíris. Sabes que hay cosas que están mal, pero da tanta pereza ¿verdad? Si las palabras, que solo sirven para definir cosas que ya existen, te crean tanto miedo ¿cómo puede esperar el mundo que tomes consciencia? Para ti es parecido a ver una peli y cerrar los ojos durante las escenas sangrientas. Para mi, que cambies de canal sin preguntar porque no te gusta el argumento.
Definitivamente, para l@s que no entramos dentro de ese grupo privilegiado, la vida nunca fue cómoda. Aunque a veces nos pareciera lo contrario. La vida era tan cómoda como puede ser llevar una venda en los ojos. Hasta que te la quitas y haces memoria de todas las conductas sexistas que te bebiste mezcladas con el Cola Cao de la mañana sin darte apenas cuenta.
Y es en ese momento que el dolor, que tiene que ver con la pérdida de la niñez, comienza. Te contaron un cuento muy bonito, pero no era cierto. A mi me duele, pero otr@s ni siquiera pueden contarlo.
Foto / Pamela Vander
2 respuestas a “Los tres jinetes del heteropatriarcado”