
Desde el país del sol ausente en el que vivo (o sobrevivo), donde no hay eñe en los teclados aunque una tenga sus truquillos, asisto resignada a una primavera que ha sido invierno. Seguida, por cierto, de un verano que nunca será verano… Pero es que a lo mejor hasta será invierno. Lluvia y tonos grises me dan la bienvenida cada mañana. Y yo, con la cara pálida y las ojeras cada vez más marcadas por la falta de vitamina D, acepto resignada mi fatuo destino.
Tragedia griega
Es como haber cargado una peli súper divertida en Powvideo (chicos, no lo hagáis, es ilegal) que nunca arranca. Actualizas la página sin parar, sin resultados. Apagas y enciendes el router, refrescas, reinicias. No hay señales de vida inteligente. Y así seguirá eternamente hasta que llegue un otoño que parezca invierno. Solo que, con un poco de suerte, tendremos un otoño que se asemejará a un verano. Y nos volveremos totalmente bipolares y nunca más nos fiaremos de la App del móvil que predice el tiempo. Porque no saben nada. Y escucharemos atentos las teorías sobre el calentamiento global, creyendo que estamos acabando con los recursos del planeta y que esta es nuestra penitencia.
Y volverá a pasar lo mismo una y otra vez: harás planes de fin de semana. Un picnic electrónico, una terraza al aire libre, un concierto, un paseo por el bosque, un poco de deporte, un día en bici… Y lloverá. Porque siempre llueve cuando tienes ganas de ser feliz.
Pero ojo, que llegará un momento en que sentirás tristeza. Es normal, si algo hemos aprendido de esos muñequitos tan graciosos de la peli Inside Out (y solo de ellos) es que aceptar la tristeza es igual de importante que abrazar tu felicidad. Pero te cagarás en el puñetero dios de la lluvia otra vez. Pero no por hacer que llueva de nuevo. Es el dios de la lluvia, es su trabajo. Sino por estar ahí cada vez que tú te sientes llena de energía, para luego desaparecer cuando lo que quieres es quedarte en casa y sudar la depresión como si de una fiebre tropical se tratase.
Porque cuando la lluvia ha hecho mella en tu carácter y ya solo tienes ganas de rajarte las muñecas en horizontal (en vertical no, que luego no lo cuentas), el dios de la lluvia deja paso al dios del sol. Ese sol que, en este país, debe pasarse todas las noches de festival; porque por la mañana nunca se levanta de la cama.
Cuando lo hace debes estar preparada, aunque a mí me suelen pasar dos cosas bien distintas: o salgo y lo aprovecho al máximo; o miro por la ventana y me digo «a la mierda, paso de todo, haber aparecido cuando más te necesitaba«.
Sin embargo, miento. Siempre miento. Solo un poco. Últimamente solo miro por la ventana.
Foto / Flickr