Ella es Isabel Huppert

Llegas a casa después de un largo día de trabajo y te pones cómoda. Cuando vas a cerrar la puerta del jardín, un hombre encapuchado aparece de repente y te viola. Luego se marcha. Tú te incorporas, tomas una ducha, pides de cenar algo de sushi, charlas con tu hijo y, seguidamente, te vas a la cama. Pero no te vas a la cama desprotegida, evidentemente. Duermes con un martillo en el regazo. Al día siguiente, tienes la certeza de que el agresor es alguien de tu entorno, pero ni se te ocurre acudir a la policía. No te fías de ellos, no han hecho nada por ti en el pasado.

Elle Paul Verhoeven
Isabel Huppert, esa diosa.

Elle es una de las películas que más he disfrutado en los últimos tiempos. Es drama, es comedia, es miedo, es risa, es repulsión, es atracción y es inmoral. Todo junto, en un cóctel que prepara una magnífica Isabel Huppert. Más que magnífica, magnánima. Es una reina y así interpreta su papel. Luego está el resto del elenco, que viene a completar el retrato de una mujer madura con un terrible trauma en su pasado y que se enfrenta de manera inesperada a un acosador.

La secuencia inicial, que es cuando se produce la violación, es sencillamente turbadora. No sabemos por qué Michelle, la protagonista, reacciona (o no) como lo hace tras la violación. No llora, no sufre, no siente odio hacia su agresor. Solo dolor físico y curiosidad. Quizás un poco de venganza, quizás un poco de atracción por el lado oscuro del alma. Pero eso lo veremos luego.

Tras el episodio inicial, lo siguiente que vemos es a una Michelle dirigiendo una compañía de videojuegos y batiéndose en tour de force con uno de sus diseñadores. Un machito de esos a los que les fastidia que una mujer lleve la batuta. El director nos coloca de inmediato en una lógica de juego de roles donde vísctima y verdugo se desdibujan. Y, luego, el desconcierto.

Michelle no obedece los códigos tradicionales de una mujer normativa, tal y como el patriarcado nos la ha vendido. No llora en casa por su violación, no se siente avergonzada, no busca consuelo en nadie. Es más, cuando por fin se decide a relatar el episodio lo hace a bocajarro, durante una cena entre amigos y ante el estupor de los allí presentes. Michelle es una mujer que, aún habiendo sido violada, es capaz de diseñar un videojuego donde el premio gordo es abusar de una especia de mujer lagarta. Michelle es una mujer complicada y con contradicciones, posesiva a veces y cruel en otras. Y tampoco responde a ese tópico tan manido de la mujer ejecutiva sin sentimientos que se comporta como un hombre. Tiene afectos, aunque no los sepa canalizar.

Y, lo más importante, una mujer marcada por una oscura tragedia que la convirtió en un ser juzgado por la sociedad. Quizá por ello se niega a ser juzgada a raíz de la violación y toma las riendas de lo que le ha ocurrido sin recurrir a nadie más. Aunque ello se convierta en un juego peligroso en el que, no nos engañemos, ella está por encima. Y digo quizás porque lo mejor de la película es que, una vez acabada, sigues dándole vueltas a la personalidad de la protagonista. ¿Por qué hizo esto y aquello? ¿Por qué…? Y estas preguntas cuyas respuestas solo pueden encontrarse en la subjetividad de cada uno de nosotros, es lo que distingue un divertimento de una pieza inteligente.

Con sus altos y con sus bajos, Paul Verhoeven es un director interesante que, a sus 77 años, ha conseguido trazar un intrincado mapa de la líbido, donde la repulsión se mezcla con el deseo y la venganza no se sirve en un plato frío… sino en uno muy caliente. Lo que viene a ser un laberinto de pasiones.

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