The Americans: Mis padres son espías

The Americans
Me flipan los carteles promocionales de The Americans.

Aunque aún no he visto la última temporada, soy fan de The Americans. La historia de Elizabeth y Philip Jennings es una de mis favoritas dentro del panorama seriófilo. Tengo que reconocer, sin embargo, que soy mucho más fan de él, Matthew Rhys, que de ella, Keri Russell. Y no solo porque Rhys sea uno de los mejores actores de su generación, pese a que no suele obtener papeles a su altura. Sino también porque las dudas y el sufrimiento que atormentan a Philip hacen de él un personaje mucho más intrincado que el de su compañera. Me encanta cómo Matthew Rhys es capaz de expresar miles de sentimientos contradictorios tan solo con su mirada. De hecho, si no has visto The mystery of Edwin Drood o The Scapegoat, te las recomiendo. Evidentemente, su talento se come al de su partenaire femenina, antes conocida como Felicity.

No sé si he contado alguna vez que soy muuuy fan de los actores formados en Reino Unido, a mi entender los mejores. No me extraña que en Hollywood se los estén rifando. A bote pronto me vienen a la mente Michael Fassbender, Matthew Goode, James McAvoy, Benedict Cumberbatch… Y estos son solo los que yo conozco. Como en el caso de Matthew Rhys, a buen seguro los hay por montones pero son poco conocidos o no reciben los papeles que merecen.

Todo esto no tenía como objetivo ensalzar a los actores británicos tras el Brexit, así gratuitamente, sino que quería dejar constancia de que empecé viendo la serie solo porque me gustaba el actor principal. Y me enganché. Quizás no tanto por la acción o por los intrincados lios de espionaje, que no son más que un mcguffin que sirve de excusa para lo que verdaderamente importa en esta serie: los problemas de identidad.

Matthew Rhys
Si la foto hablase escucharíamos su maravilloso acento galés.

Si soy fan de los actores ingleses, más lo soy aún del concepto de identidad y su construcción, individual o social. The Americans es la historia de la perfecta familia americana. Un matrimonio que gestiona una agencia de viajes y que tienen dos hijos. Solo que en realidad se trata de dos agentes infiltrados del KGB, un matrimonio de conveniencia entrenado para servir a la madre patria, cuya identidad desconocen hasta sus hijos. La serie está ambientada en los años 80, cuando la guerra fría daba sus últimos coletazos (aunque en aquel momento no se percibiese así) y cuando la llegada al gobierno de Ronald Reagan provocaba el endurecimiento de las medidas contra los agentes secretos.

En todo este embrollo hay un policía del FBI, Stan Beeman, que por cosas del destino viene a instalarse justo enfrente de la casa de los Jennings. Stan estuvo infiltrado durante varios años en un grupo neonazi, con lo cual algo sabe de ser un espía. Ahora trabaja contra sus propios vecinos, a los que cree una pareja adorable. Incluso llega a hacer amistad con Philip.

Evidentemente, está el problema de los hijos, que no se cascan de nada pero algo raro intuyen. El que tus padres trabajen en la agencia, viajen cada dos por tres, pasen noches fuera de casa, maten y desenucen un cadaver para esconderlo y luego tengan tiempo de prepararte un pollo al horno para cenar es toda una proeza. Me da igual las pelucas y disfraces que se pongan, lo verdaderamente heroico es el tema de la conciliación. Yo sin hijos y personas a las que matar ya voy de culo, pero Philip y Elizabeth deben estar acostumbrados y ser unos superhéroes de lo mundano y lo divino. Sobre todo Philip, que para más inri lleva una doble vida a raíz de su matrimonio ficticio con Marta Hanson, una secretaria del KGB a la que saca información. ¿Es para volverse loco o no?

The Americans
Papis raros, hijos aún más raros.

El otro día llegó a mis manos un artículo de The Guardian que encontré por las redes. Y me pareció apasionante. Cuenta la historia de dos hermanos canadienses emigrados a Estados Unidos, Tim y Alex Foley. El día en que Tim cumplía 20 años, sus padres le organizaron una fiesta. Primero salieron a tomar algo a un restaurante y luego tenían planeado festejar con los amigos de Tim en casa. Cual fue la sorpresa que, al abrir la puerta pensando saludar a sus invitados, el chico se encontró delante de un grupo del FBI que venía a detener a sus padres, Tracey y Donald, acusados de espionaje.

Tim y Alex, como era de esperar, creyeron que era un error… hasta que 48 horas después se vieron dentro de un avión destino a la madre Rusia. Los estaban deportando. Sus padres eran ciudadanos rusos que habían adquirido la nacionalidad canadiense de manera fraudulenta, todo con el objetivo de servir a los fines del KGB primero, y del SVR despúes; un servicio moderno de espionaje que fue creado por Putin para sustituir al anterior en 1991.

Con el tiempo, sus padres fueron puestos en libertad y la familia pudo reunirse en Rusia, pero a ninguno de ellos se les permite volver a entrar ni en Canadá ni en EEUU. ¿Te puedes imaginar el choque identitario que supone conocer toda esta historia? En The Americans resulta interesante, pero es que el articulo es de los mejores que he leído. Una historia fascinante.

The Americans poster
¿He dicho ya que me flipan los carteles promocionales de The Americans?

La construcción de la identidad es inherente al ser humano. Uno la va cimentando poco a poco en función del país en el que se nace, el tipo de sociedad, la religión o ausencia de ésta. Pero, ante todo, la identidad más primigenia empieza por nuestros padres y ancestros. Imagina que de repente tus progenitores, lo que tú creías que eran, sencillamente es mentira. ¿Cómo recontruyes tu propia identidad si los cimientos han fallado?

Según explican en The Guardian, tanto Tim como Alex se sienten canadienses (y lo son, por derecho de nacimiento), pero las acciones de sus padres les impiden obtener un visado para poder estudiar o trabajar allí, aún cuando ambos han sido exculpados de complicidad (¡qué complicidad! aún cuando hubiesen sabido que sus padres eran espías… ¿cómo va un hijo a denunciar por actividades antipatrióticas?). Ninguno de los dos siente Rusia como su casa, no entienden el idioma. De repente encontraron a un montón de familiares que no sabían ni que existían.

En fin, un embrollo del que ha bebido la ficción de The Americans, con el acierto de no dejar de lado los problemas identitarios de los hijos y de los padres. De hecho, el propio Joe Weisberg, creador de la serie, dijo inspirarse en casos reales sobre los que trabajó cuando era empleado del FBI. Como se puede ver, las sinergias entre la realidad y la ficción son parte de la identidad de la serie.

No dejes de verla, aunque no vaya a ganar ningún premio ni haya dragones.

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