Cinco horas con Mario (y Carmen y España)

Era uno de los libros de la lista, esa que hice sobre qué leer en verano. Pues bien, Cinco horas con Mario (Miguel Delibes, 1966) no me ha decepcionado. Todo lo contrario.

Cinco horas con Mario
Representación teatral a cargo de Lola Herrera y bajo la dirección de José Sámano.

Antes de meterme de lleno en mi propio y subjetivo análisis, he de decir que estuve leyendo algunos artículos referentes al libro nada más terminar. Algunos de ellos (que no todos), describen la obra como el retrato por excelencia de la mujer burguesa de posguerra. Esto es, clasista, hipócrita, estúpida y arribista. En fin, esa acérrima seguidora de los preceptos de la Sección Femenina, que tantos dolores de cabeza dio a las mujeres españolas durante las cuatro largas décadas de dictadura franquista. Y puede que así sea, pero no del todo. No es tan sencillo. No me convence, no lo compro. Luego veremos por qué.

Cinco horas con Mario es, a grandes rasgos, un monólogo. El de una mujer, Carmen, que acaba de quedar viuda y que, ante el cadáver de su recién fallecido marido, hace un repaso a su vida en común. Un ejercicio de memoria basado en el relato sincopado de los terrores cotidianos de su vida en común. Básicamente, lo que hace Carmen es reprocharle a Mario todo lo que nunca se atrevió a decirle en vida. Sin embargo, los conflictos, a priori circunscritos al ámbito íntimo de la pareja, desbordan los límites de lo personal. Cinco horas con Mario se convierte, pues, en la radiografía de una determinada educación sentimental y, sobre todo, de una época.

La verborrea descontrolada de Carmen responde, desde mi punto de vista, a la asunción de un rol determinado donde tener voz propia no es precisamente uno de sus privilegios. Si es que hay alguno, que lo dudo. La protagonista intenta, sin conseguirlo, erigirse como modelo de fiel compañera y amantísima madre, teniendo en cuenta qué significa ser compañera y ser madre según los preceptos de la época.

La gracia del libro es que tanto el relato de Carmen como el de su marido discurren de manera paralela, íntimamente hilvanados, siempre bajo el prisma de la protagonista, sin necesidad de realizar sendas versiones de la historia. Lo que nos permite intuir no solo las debilidades de una, sino también las del otro. Como cuando pasamos el dedo por encima de una superficie llena de polvo, del relato oficial de Carmen se desprende otra realidad mucho más miserable, pero más genuina. La verdad, si acaso existe, nunca llega a ser vista en su conjunto. En parte, porque al otro lado del espejo se encuentra su marido, Mario, que acaba de morir inesperadamente.

El libro de Miguel Delibes es, ante todo, el retrato de una sociedad patriarcal, dividida e ignorante. Los restos de ese naufragio que fue la posguerra. Y no es que ahora todo sean unicornios y arco iris, la cosa está bastante patriarcal y miserable igualmente. De ahí la necesidad de incidir en lo de posguerra.

Carmen

Sección Femenina
Mujeres piadosas de la Sección Femenina poniéndose en forma por la gracia de España.

No decimos nada nuevo al referirnos al papel que se le otorgaba a las féminas en épocas pretéritas. Silentes compañeras, madres sufridoras y amantísimas esposas. Mirar y callar. Y de aquellos barros, estos lodos.

Como hemos dicho, Carmen, tan callada y tan observadora durante el discurrir de su (fallido) matrimonio, es el vehículo a través del cual se articulan los diferentes discursos. Es ella la encargada de poner en valor, desde su subjetividad, al antagonista de esta historia, Mario. Carmen, pese a su aparente estupidez, es un personaje poliédrico que fascina y repele a la vez. Una mujer alienada que, entrando en conflicto continuamente, se adscribe y desafía los cánones de la época. Confluyen en su discurso (que a bote pronto parece abarcar solo su vida conyugal, pero que en realidad va mucho más allá) mensajes constantemente contradictorios.

Carmen es un antihéroe en toda regla. Pretende ser la perfecta señora, ejemplo de virtud y abegación, en una época en que los roles femeninos eran bien limitados. La existencia de Carmen se supedita, por tanto, a ese modelo de mujer ideal, bienintencionada y sumisa que ha mamado desde la cuna. Sin embargo, fracasa vitalmente al no poder sobrellevar lo que racionalmente anhela con lo que verdaderamente siente. Carmen es el abismo entre el corazón y la cabeza. Es fuerza reprimida. Es volcán en erupción. 

Frente a los férreos dogmas sociales que ella abandera orgullosa, subyace una verdad más genuina que tiene que ver con sus más bajos instintos. Así, el monólogo de Carmen es un decálogo de reproches largamente incubados a raiz de la frustración que produce no tener ni voz ni voto en la estructura social y familiar.

Carmen no puede decidir cuándo mantener relaciones sexuales, ni cuántos hijos tener, ni con quién acostarse, ni cómo o con quién relacionarse, ni cómo administrar la economía familiar… No extraña que aparezca ante el lector como un ser amargado y lleno de resentimiento. La alienación personificada en un cuadro pasivo-agresivo de manual.

El libro bascula entre pasajes que provocan la risa en el lector, habida cuenta de la hilaridad que se desprende de las reflexiones de la protagonista. Otros, no hacen sino que se te tuerza la sonrisa y se te hiele la sangre. Como mujer, la identificación con el personaje de Carmen crea sentimientos ambivalentes que nunca cesan. Por eso, Cinco horas con Mario, es un libro que te deja exhausta.

Comprendes su frustración, la sientes, pero de repente el personaje te sale con un giro inesperado que hace que te sea difícil empatizar. Se produce de este modo una doble confrontación: la que tiene que ver con las voces narrativas de Mario y Carmen, y aquella que surge entre el lector y la protagonista. De este modo, se produce a lo largo del libro un tour de force continuo en el que tienes que ajustar el punto de vista, pasando de la pena a la repulsa en cero coma. El ejercicio de empatía es sencillamente agotador. De hecho, hubo veces en las que paré a propósito porque necesitaba respirar de la historia.

Especialmente turbadores son los pasajes en los que Carmen narra su experiencia durante la Guerra Civil, con ese «yo lo pasé divinamente». El desprecio con el que habla de los perdedores y la envidia/odio que profesa a su hermana, la díscola, tampoco son fáciles de llevar.

Mario

Mercado de Divisas
Los hombres a lo suyo. Mercado de Divisas, Santander.

Punto y aparte para las relaciones maritales entre Carmen y Mario, base narrativa y aspecto más importante del libro.

Mario era un hombre liberal, un intelectual, un erudito. Más un hombre de palabra que de acción. Un blando a los ojos de su mujer. Un tanto apático y depresivo. Un perdedor tras una Guerra Civil que, al parecer, lo dejó vacío de fuerza vital. Pero también era un machista desconsiderado, pese a todo el halo progresista que le envuelve.

La frustración de Carmen respecto al poco control que tiene sobre su matrimonio se basan en tres ejes: el sexual, el económico y el social. Como hemos dicho, Carmen nunca tuvo control sobre su cuerpo para decidir cuándo quería tener sexo, con quién y cuántos hijos quería parir. De hecho, repite en diversas ocasiones que el marido siempre decidía dar rienda suelta a sus escarceos conyugales en los «dias malos» de ella. Por otro lado, se queja de las decisiones profesionales de su marido (del que depende económicamente), que a sus ojos la dejan sin margen de maniobra para poder ser independiente en la administración del hogar. De sus reproches se desprende que ella se siente más capaz que él, sin embargo su papel es el de mera esposa, observadora y paciente.

De hecho, pese a ser Mario quien desea que la hija de ambos acuda a la universidad (algo a lo que Carmen se opone en redondo), lo cierto es que no actúa en consecuencia cuando se trata de su mujer, a la que aparta de sus tertulias intelectualoides y le adjudica el rol de ama de casa mientras él se dedica a la contemplación. Carmen no es menos dura con él y le reprocha continuamente que no haya satisfecho de todas todas el rol masculino que se le presupone: el de proveedor. Un señor intelectual y depresivo que ha despreciado varias oportunidades de ganar más dinero y, por tanto, de abastecer a su familia con mejores bienes materiales.

Pordemos decir, por lo tanto, que ni uno ni el otro se sienten agusto con los asfixiantes roles que les ha tocado desarrollar dentro de su matrimonio. Ni están enamorados, ni se soportan mutuamente. Sin embargo, a él se le otorga mayor libertad que a ella, por descontado, de ahí el malestar que reconcome a Carmen a lo largo de su monólogo.

No querría destripar el final, aunque tampoco es que sea lo más importante del libro, ni mucho menos. Se adivina por momentos que, tras la retahíla de sapos y culebras que suelta Carmen por su boca, hay un objetivo claro: la redención. El perdón de ese marido que tanto detesta. Expiar lo que ella considera un pecado imperdonable, calmar un sentimiento de culpa que la corroe, tan alienada como está.

España

Cementerio de Paracuellos
España era una fiesta. Cementerio de Paracuellos, años 40-50.

Cinco horas con Mario no es solo la historia de una pareja venida a menos. Es también el relato sentimental de una España rota. De los traumas de la guerra, personalizados en Mario, el perdedor, ese hombre intelectual, incapaz y rendido. Resentido con la sociedad que le rodea, depresivo, encerrado en su despacho discurriendo sobre ideales que nunca volverán. Al menos, para él.

Carmen, por su parte, ejemplifica a la perfección la revancha de los ganadores y ese sentimiento de clase tan patético al que ni ella misma puede ser totalmente fiel, teniendo el marido que tiene y las carencias materiales que le hace padecer. La vida de Carmen es ese sacar barriga mientras miro lo que poseen los demás y me comparo con ellos. Como el germen de un personaje de Rafael ChirbesAutor que, por otro lado, también fue muy dado a los monólogos interiores como medio para mostrar las contradicciones y las miserias del ser humano.

Desconozco si Chirbes bebió de Delibes o, en concreto, de este libro, pero lo cierto es que ambos emplean dicha fórmula con una gran efectividad narrativa. Tan efectiva, que cada monólogo parecer ser una fiesta donde el ello, el yo y el superyó bailan juntos y revueltos.

Cuando Carmen finaliza al fin su atormentado monólogo, parece despertar en un mundo que ya no reconoce. Observa a ese hijo de pelo largo, al que tan poco entiende, y se rinde a la evidencia de que su tiempo ha acabado. Al final, es el primogénito de la familia quien recoge el testigo de una sociedad que a sus padres ya se les ha escapado de las manos, estancados como estaban en antiguos rencores de toda índole.

*Todas las fotografías salvo la primera se pueden encontrar en el perfil de Teresa Avellanosa en Flickr. 

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