Las chicas de Emma Cline, adolescencia deconstruída

Portada del libro début de Emma Cline.

Poor girls. The world fattens them on the promise of love. How badly they need it, and how little most of them will ever get. The treacled pop songs, the dressed described in the catalogs with words like «sunset» and «Paris». Then the dreams are taken away with such violent force; the hand wrenching the buttons of the jeans, nobody looking at the man shouting at his girlfriend on the bus.

Pobres chicas. El mundo las ceba con la promesa del amor.

Pobres chicas. Sueñan con ese amor como quien busca una red de seguridad que le proteja cuando el resto del mundo se vuelva loco. Y se volverá. Loco. Abandonarán la infancia, serena y plácica, y andarán como Dorothy por el camino empedrado hacia un Mundo de Oz que no existe. Solo que no habrá zapatillas rojas. Solo dudas, incertidumbre y soledad. Y en lugar de un gran cartel que les anuncie la llegada, será el dolor quien les dé la bienvenida a la edad adulta. Los castillos de naipes destruidos. La ira en el estómago de por vida.

Por un momento, creyeron ser vistas. No lo fueron. Ese es el espejismo del amor. Lo dijo Kate Millett: «el amor ha sido el opio de las mujeres como la religión el de las masas».

Emma Cline, autora de Las Chicas, su novela début, aborda el tema de la adolescencia en femenino echando mano de uno de los capítulos más desdichados de nuestra reciente cultura pop. Sí, porque el episodio de Charles Manson y sus acólitos pertenece a esa especie de subtexto que tiene que ver con la violencia sobre la que se erige el mundo occidental.

Sin embargo, lo que menos importa a la autora son los asesinatos cometidos por la gente del rancho. Ni siquiera el personaje de Russel, trasunto del mismo Manson, será revelado más allá de ese ser patético y frustrado que en realidad fue. En Las Chicas, la violencia que más interpela es aquella ejercida de manera silenciosa. Una mirada, un reproche, una bofetada. Una chica obligada a enseñar sus pechos. Una violación. Todo ello sin golpes, sin gritos, sin aspavientos. Desde principio a fin, el libro se posiciona a través de una violencia emocional llena de aristas.

Las chicas, début literario de Emma Cline.

<< These long-haired girls seemed to glide above all that was happening around them, tragic and separate. Like royalty in exile >>

La narradora protagonista cuenta su historia desde dos espacio-tiempo diferentes que, sin embargo, se entrelazan entre sí: la Evie adolescente y la Evie adulta. La primera está en construcción. La segunda, en deconstrucción.

California. 1969. Evie es una chica bien de 14 años cuyos padres se acaban de separar. Mientras la madre intenta recuperar el tiempo perdido, el padre se ha ido a vivir con una mujer veinte años más joven. La protagonista, como buena adolescente, no entiende nada… y menos los cambios recientes en su vida. La pérdida de la rutina, vivida aquí como el desencanto hacia la propia infancia. La vida de Evie es anodina, corriente, aburrida. Hasta que aparecen ellas, las chicas a las que hace referencia el título del libro. Capitaneadas por Suzanne, las chicas entran en su vida en forma de proyección de sus propios deseos. Una promesa de libertad, de misterio y de sensualidad que de pronto lo domina todo. Volviéndola ciega hacia otro tipo de realidades menos gratificantes.

<< Later I would see this: how impersonal and grasping our love was, pinging around the universe, hoping for a host to give form to our wishes >>

Todas las ansiedades de la adolescencia retratada por Cline se resumen en esta frase que acabas de leer. Evie, despojada de un lugar al que pertenecer, encuentra en la secta el refugio que necesitaba… y en Suzanne el objeto de deseo que da sentido a su existencia. Porque Evie lo que quiere es gustar, ser amada, ser vista. Construirse.

Ella, como otras muchas otras chicas que pululan por el rancho, recoge las pocas migajas de lo que cree merecer. La diferencia de género es innegable, pues retrata la adolescencia femenina como un universo frágil en permanente construcción, dominado por los hombres. Donde los anhelos y las inseguridades se concretan en la mirada del otro.

En ese contexto de continua búsqueda de un amor redentor, las adolescentes no saben quiénes son hasta que alguien las define. No es de extrañar, por tanto, que pueda darse la entrada en escena de un sociópata como Russell.

<< I waited to be told what was good about me. I wondered later if this was why there were so many more women than men at the ranch. All that time I had spent readying myself, the articles that taught me life was really just waiting room until someone notice you – the boys had spent that time becoming themselves >>

Lamentablemente, y como muchas otras chicas que no aparecen en este libro, Evie entrará a la edad adulta conociendo lo que significa una libertad con restricciones y el amor con condiciones. Sabrá lo que es la violencia sin un solo rasguño. Y recordará su vida en el rancho como el relato de lo que pudo ser pero nunca fue. Un espejismo construido a partir de sus propios anhelos donde nunca jugó en igualdad de condiciones.

Y se hará adulta, y le saldrán arrugas, y sus pechos caerán por la fuerza de la gravedad. Y se verá a sí misma como testigo impotente. Porque otras muchas chicas se lanzarán a esa piscina sin fondo que parece ser la vida, donde solo se les permite chapotear mientras intentan llamar la atención de un socorrista indiferente.

Rogando, de nuevo, ser salvadas.

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