Las chicas de Emma Cline, adolescencia deconstruída

Portada del libro début de Emma Cline.

Poor girls. The world fattens them on the promise of love. How badly they need it, and how little most of them will ever get. The treacled pop songs, the dressed described in the catalogs with words like «sunset» and «Paris». Then the dreams are taken away with such violent force; the hand wrenching the buttons of the jeans, nobody looking at the man shouting at his girlfriend on the bus.

Pobres chicas. El mundo las ceba con la promesa del amor.

Pobres chicas. Sueñan con ese amor como quien busca una red de seguridad que le proteja cuando el resto del mundo se vuelva loco. Y se volverá. Loco. Abandonarán la infancia, serena y plácica, y andarán como Dorothy por el camino empedrado hacia un Mundo de Oz que no existe. Solo que no habrá zapatillas rojas. Solo dudas, incertidumbre y soledad. Y en lugar de un gran cartel que les anuncie la llegada, será el dolor quien les dé la bienvenida a la edad adulta. Los castillos de naipes destruidos. La ira en el estómago de por vida.

Por un momento, creyeron ser vistas. No lo fueron. Ese es el espejismo del amor. Lo dijo Kate Millett: «el amor ha sido el opio de las mujeres como la religión el de las masas».

Emma Cline, autora de Las Chicas, su novela début, aborda el tema de la adolescencia en femenino echando mano de uno de los capítulos más desdichados de nuestra reciente cultura pop. Sí, porque el episodio de Charles Manson y sus acólitos pertenece a esa especie de subtexto que tiene que ver con la violencia sobre la que se erige el mundo occidental.

Sin embargo, lo que menos importa a la autora son los asesinatos cometidos por la gente del rancho. Ni siquiera el personaje de Russel, trasunto del mismo Manson, será revelado más allá de ese ser patético y frustrado que en realidad fue. En Las Chicas, la violencia que más interpela es aquella ejercida de manera silenciosa. Una mirada, un reproche, una bofetada. Una chica obligada a enseñar sus pechos. Una violación. Todo ello sin golpes, sin gritos, sin aspavientos. Desde principio a fin, el libro se posiciona a través de una violencia emocional llena de aristas.

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Aloma no tiene quien la quiera

Tres mujeres, el fruto prohibio y un pavo real, símbolo de vanidad.
Detalle de El Jardín de las Delicias. El Bosco. 1480-1490.

En qué estaba pensando cuando compuse mi lista de lecturas para el verano, sinceramente, no lo sé. Después de Cinco horas con Mario, y casi al borde de cortarme las venas en horizontal, encadené con esta novela de la mangnífica Mercè Rodoreda. Y entonces tuve ganas de cortármelas en vertical. No sé si me entendéis, pero no voy a dar más explicaciones.

En primer lugar, situémonos : estamos en la Barcelona de 1934, en el barrio de Sant Gervasi. La protagonista, Aloma, es una adolescente que, como es propio a su clase social, ni va al colegio ni se la espera. Al contrario, se dedica a las tareas del hogar y a criar a su sobrino, hijo de su hermano Joan y de su cuñada, Ana. En su limitada visión del mundo, a Aloma se le ocurre por primera vez la posibilidad de amar a un hombre cuando, a escondidas, compra una novela romántica que nunca llegará a leer.

Y es que Aloma es la imposibilidad de amar. La imposibilidad de ser amada. Aloma es un bildungsroman en toda regla sobre la (desdichada) educación sentimental de una niña que mira de frente al romance de forma escéptica y que, finalmente, se deja llevar. Y todo acaba como el rosario de la aurora, como no podía ser de otra manera. El destinatario de sus primeros besos es Robert, hermano de Ana venido de «las Américas». Se establece entre ellos una relación desigual que bebe directamente de la propia vida de la autora, como veremos más adelante.

A título personal, me parece sencillamente brutal cómo Aloma, una de las primeras novelas de una joven Rodoreda, acaba sin contemplaciones con el ideario del amor adolescente. De hecho, es LA antinovela para adolescentes. El panorama no podía ser más desalentador y el relato, opresivo y decadente, nos recuerda un poco a Nada, de Carmen Laforet. De hecho, ambas novelas comparten fondo y forma. Y, sobre todo, ese mundo represivo y machista ligado a los convencionalismos sociales de la época. Miseria física y humana van de la mano en un contexto enfermo donde el romanticismo no tiene cabida.

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¿Qué leemos en Halloween?

Película de Francis Ford Coppola
La pobre Lucy solo quería echar un polvete pero la sociedad victoriana, que menuda era, la condenó.

Ahora que se acerca Halloween me apetecía escribir un recopilatorio con todos aquellos libros que me han provocado algún que otro escalofrío. Durante mi adolescencia tuve una época en que prácticamente todo lo que leía eran thrillers o novelas de terror. Estaba fascinada por los vampiros, de hecho aún lo estoy un poco. Y aunque siga buscando historias que vuelvan a despertar en mí esa inquietud por lo oscuro, lo cierto es que la experiencia nunca será tan intensa como durante esos primeros y morbosos años. Ya se sabe, lo que uno lee siendo adolescente se vuelve cien veces más especial. Cosas de la edad.

No voy a ser ni exhaustiva ni categórica. Hay muchos y grandes libros dentro del género, y cada cual tiene sus gustos. Se trata sencillamente de un recopilatorio personal. Espero que asientas, disientas o que, al menos, te parezca interesante. Ahí va.

  • La semilla del Diablo. Ira Levin. 1967.

La trágica historia de Guy y Rosemary Woodhouse ha quedado impresa en el imaginario colectivo occidental ante todo gracias a la adaptación cinematográfica del no menos trágico Roman Polanski. Esta pareja tan moderna, él tan bohemio y actor, ella tan delgada y con el pelo a lo garçon, se mudan a un maravilloso apartamento en el centro de Nueva York. En la peli, la vivienda se emplaza en el trágicamente célebre edificio Dakota, justo donde mataron a John Lennon. Pues resulta que esta pareja de jovenzuelos tiene la desgracia de tener como vecinos a los Castavet, una pareja de viejos del visillo, intensos como ellos solos. Por supuesto, y sin que sea una sorpresa, el grosso de la trama se juega sobre el cuerpo de la pobre Rosemary, que es maltratada, envenenada, vejada, manipulada y martirizada. Una cautiva reducida a su mera función reproductora. Si eso no da miedo, qué si no.

La semilla del diablo
Ring ring. Allô? Dime si a ti no te da miedo Minnie Castevet.
  • Summer of Night. Dan Simmons. 1992.

Por culpa de este libro mi novio pasó unas semanas teniendo pesadillas recurrentes, así que incluyo Summer of Night como homenaje a su sufrimiento autoinfligido. Él también es muy de empatizar, por lo visto. Sinceramente, nunca he leído nada de Dan Simmons, y el hecho de ver a otra persona despertarse desesperada a media noche no hace que arda en ganas precisamente. O sí, el morbo siempre gana. Los ingredientes no podían ser más perfectos: un grupo de preadolescentes empieza a inquietarse cuando «extraños acontecimientos» (siempre había querido usar esta expresión) empiezan a ocurrir en su escuela. Preadolescencia y miedo a ir al cole… ¿puede haber algo más de verdad?

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Princesas, pitufas o el drama de la ficción en femenino

La sirenita
Úrsula y Ariel. Ariel y Úrsula. Tanto monta monta tanto, porque «la belleza es mucho más que suficiente».

En algún instante de estos últimos meses se me pasó por la cabeza dejar de leer historias sobre mujeres tristes, sobre mujeres perdidas, sobre mujeres en busqueda continua. Error mayúsculo.

De nada sirve imponer autocontrol sobre algo que surge de manera natural. Más bien, de lo que se trata es de hacerse preguntas. Las preguntas adecuadas, para ser más precisos.

En un momento determinado incluso pensé que estaba entrando de lleno en terreno peligroso dada la empatía con la que suelo abordar los caracteres femeninos. Lo expresé en el post anterior, dedicado a Cinco horas con Mario: cuando la identificación se hace difícil, llega la extenuación. Así, y echando la vista atrás, me encuentro con que mis últimas lecturas (aparte de algún que otro guilty pleasure) siguen un proceso iterativo digno de poner en cuarentena.

Cinco horas con Mario, La mujer comestible, Aloma, Cat eyes, Las chicas… Y eso solo haciendo un ejercicio de memoria bastante corto… Porque ha habido otras mujeres antes, mucho antes. Y las seguirá habiendo en el futuro, de eso estoy segura.

Cuando me da por pensar que he hecho algo demasiado, se me ocurre preguntarme por qué hago ese «algo». Y, la mayoría de veces, una se da cuenta de que hace lo que hace porque en ese momento lo necesita. Así de sencillo.

Mi fijación por buscar (y encontrar) mujeres protagonistas se debe, en primer lugar, a que soy mujer. Pero esa no es razón suficiente, hay libros extraordinarios, peliculas buenísimas, series muy competentes… donde los protagonistas son hombres y las aprecio igual. ¿Igual? No, igual quizás no es la palabra.

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Cinco horas con Mario (y Carmen y España)

Era uno de los libros de la lista, esa que hice sobre qué leer en verano. Pues bien, Cinco horas con Mario (Miguel Delibes, 1966) no me ha decepcionado. Todo lo contrario.

Cinco horas con Mario
Representación teatral a cargo de Lola Herrera y bajo la dirección de José Sámano.

Antes de meterme de lleno en mi propio y subjetivo análisis, he de decir que estuve leyendo algunos artículos referentes al libro nada más terminar. Algunos de ellos (que no todos), describen la obra como el retrato por excelencia de la mujer burguesa de posguerra. Esto es, clasista, hipócrita, estúpida y arribista. En fin, esa acérrima seguidora de los preceptos de la Sección Femenina, que tantos dolores de cabeza dio a las mujeres españolas durante las cuatro largas décadas de dictadura franquista. Y puede que así sea, pero no del todo. No es tan sencillo. No me convence, no lo compro. Luego veremos por qué.

Cinco horas con Mario es, a grandes rasgos, un monólogo. El de una mujer, Carmen, que acaba de quedar viuda y que, ante el cadáver de su recién fallecido marido, hace un repaso a su vida en común. Un ejercicio de memoria basado en el relato sincopado de los terrores cotidianos de su vida en común. Básicamente, lo que hace Carmen es reprocharle a Mario todo lo que nunca se atrevió a decirle en vida. Sin embargo, los conflictos, a priori circunscritos al ámbito íntimo de la pareja, desbordan los límites de lo personal. Cinco horas con Mario se convierte, pues, en la radiografía de una determinada educación sentimental y, sobre todo, de una época.

La verborrea descontrolada de Carmen responde, desde mi punto de vista, a la asunción de un rol determinado donde tener voz propia no es precisamente uno de sus privilegios. Si es que hay alguno, que lo dudo. La protagonista intenta, sin conseguirlo, erigirse como modelo de fiel compañera y amantísima madre, teniendo en cuenta qué significa ser compañera y ser madre según los preceptos de la época.

La gracia del libro es que tanto el relato de Carmen como el de su marido discurren de manera paralela, íntimamente hilvanados, siempre bajo el prisma de la protagonista, sin necesidad de realizar sendas versiones de la historia. Lo que nos permite intuir no solo las debilidades de una, sino también las del otro. Como cuando pasamos el dedo por encima de una superficie llena de polvo, del relato oficial de Carmen se desprende otra realidad mucho más miserable, pero más genuina. La verdad, si acaso existe, nunca llega a ser vista en su conjunto. En parte, porque al otro lado del espejo se encuentra su marido, Mario, que acaba de morir inesperadamente.

El libro de Miguel Delibes es, ante todo, el retrato de una sociedad patriarcal, dividida e ignorante. Los restos de ese naufragio que fue la posguerra. Y no es que ahora todo sean unicornios y arco iris, la cosa está bastante patriarcal y miserable igualmente. De ahí la necesidad de incidir en lo de posguerra.

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La mujer comestible, canibalismo simbólico

La mujer comestible
Vegana y malcasada.

Durante un instante sintió sus identidades, casi su sustancia, pasando sobre su cabeza como una ola. En algún momento sería como ellas; no, en realidad ya lo era; era una de ellas, su cuerpo era igual, idéntico, fundido con aquella otra carne que inundaba el aire de aquella habitación llena de flores y de su aroma dulzón y orgánico; se ahogaba en aquel denso mar de los sargazos de feminidad. Respiró profundamente, devolviendo su cuerpo y su mente hasta su yo, igual que una criatura marina contraería sus tentáculos; deseaba algo sólido, claro: un hombre.


La mujer comestible (Margaret Atwood, 1969) es la historia de Marian, una chica que trabaja en una empresa de encuestas cuyas expectativas profesionales no van más allá de quedarse en su puesto, precario, durante años. Estamos en el Canadá de los 60, donde solo las mujeres solteras se mantienen en activo profesionalmente. Marian tiene un novio, Peter, que siempre se ha mostrado devastado cada vez que uno de sus amigos ha contraído matrimonio. Pero, pese a las reticencias de ambos, Marian y Peter deciden casarse. Error en el sistema. Y Marian empieza, a su pesar, a no poder ingerir alimentos que anteriormente estuviesen vivos. Vamos, que se hace crudivegana en los 60 sin ser ella nada de eso. Margaret Atwood, siempre tan avanzada, creó una primera novela protofeminista y protovegana.

De nuevo, vuelvo a hablar de lo que yo llamo TOC literario. Sin ánimo de querer ser pesada, cierto es que, sin ese trastorno obsesivo compulsivo aplicado a mis hábitos de lectura, es muy posible que ni estuviese escribiendo sobre esta novela. Leí otra obra de Atwood, Cat’s eye, y me gustó tanto que decidí leerme las demás en orden cronlógico. A veces a una le gusta complicarse la vida sin motivo.

La publicación de La mujer comestible data de 1969, aunque fue escrita cuatro años antes por una jovencísima autora. Llama la atención que, centrándose gran parte de la trama en las desigualdades de género dentro del ámbito laboral, la primera novela de Atwood fuese olvidada en un cajón durante un par de años. El editor la tenía guardada/perdida y ni se le ocurrió publicarla hasta que la autora ganó un conocido certamen de poesía. Entonces, como por arte de magia, la encontró. Eso sí, ni siquiera la leyó antes de mandarla a la imprenta.

No sé cómo eran los editores canadienses de los 60 pero, desde luego, si se la hubiese leído quizás no se hubiese dado tanta prisa.

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Lecturas para este verano

Libros para leer verano
Así, todo el rato.

No sé vosotros, pero yo estoy deseando que lleguen las vacaciones. Como todos, planificamos viajes, escapadas o sencillamente nos quedamos de Rodríguez en la ciudad. En mi caso, pasaré unos días con la familia de campo y playa sin olvidar alguna que otra escapada urbana con amigos y cervezas de por medio.

Planificar mis lecturas es algo que, generalmente, hago todo el año aunque sea de una manera muy random. Cuando no tengo demasiado tiempo, sencillamente escojo lo que me apetece en ese momento. Es un método que me ha funcionado siempre. No reflexionar demasiado y tan solo elegir un libro. En la mayoría de los casos dejo que mande mi intuición, que siempre acertará en función de mi estado de ánimo, el momento vital, mi capacidad para estar centrada o mi nivel de dispersión.

Sin embargo, cuando tengo por delante semanas de ocio, siempre me gusta fantasear y planificar, a mi manera, los libros para leer en verano. Aquí os traigo una lista de los míos, esperando que os den ideas.


  • Aloma (Mercè Rodoreda). Tenía ganas de leerme La plaça del diamant desde hace tiempo, pero como sufro eso que yo llamo el TOC literario, decidí empezar a leer a la autora desde este libro antes de lanzarme a sus obras más conocidas, entre las que se encuentran la ya mencionada, Mirall trencat o Jardí vora el mar.  Una relación prohibida entre una adolescente soñadora y el hermano de su cuñada. Cismas familiares y pérdida de la inocencia es lo que promete esta novela corta.
  • Cinco horas con Mario (Miguel Delibes). Bueno, un clásico moderno que llevaba tiempo rondándome. Poco más que añadir, pues su autor es ya de sobra conocido. De él solo he leído Los santos inocentes, y la verdad es que hay varias novelas que me atraen, entre ellas La sombra del ciprés es alargada.

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The Americans: Mis padres son espías

The Americans
Me flipan los carteles promocionales de The Americans.

Aunque aún no he visto la última temporada, soy fan de The Americans. La historia de Elizabeth y Philip Jennings es una de mis favoritas dentro del panorama seriófilo. Tengo que reconocer, sin embargo, que soy mucho más fan de él, Matthew Rhys, que de ella, Keri Russell. Y no solo porque Rhys sea uno de los mejores actores de su generación, pese a que no suele obtener papeles a su altura. Sino también porque las dudas y el sufrimiento que atormentan a Philip hacen de él un personaje mucho más intrincado que el de su compañera. Me encanta cómo Matthew Rhys es capaz de expresar miles de sentimientos contradictorios tan solo con su mirada. De hecho, si no has visto The mystery of Edwin Drood o The Scapegoat, te las recomiendo. Evidentemente, su talento se come al de su partenaire femenina, antes conocida como Felicity.

No sé si he contado alguna vez que soy muuuy fan de los actores formados en Reino Unido, a mi entender los mejores. No me extraña que en Hollywood se los estén rifando. A bote pronto me vienen a la mente Michael Fassbender, Matthew Goode, James McAvoy, Benedict Cumberbatch… Y estos son solo los que yo conozco. Como en el caso de Matthew Rhys, a buen seguro los hay por montones pero son poco conocidos o no reciben los papeles que merecen.

Todo esto no tenía como objetivo ensalzar a los actores británicos tras el Brexit, así gratuitamente, sino que quería dejar constancia de que empecé viendo la serie solo porque me gustaba el actor principal. Y me enganché. Quizás no tanto por la acción o por los intrincados lios de espionaje, que no son más que un mcguffin que sirve de excusa para lo que verdaderamente importa en esta serie: los problemas de identidad.

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Ella es Isabel Huppert

Llegas a casa después de un largo día de trabajo y te pones cómoda. Cuando vas a cerrar la puerta del jardín, un hombre encapuchado aparece de repente y te viola. Luego se marcha. Tú te incorporas, tomas una ducha, pides de cenar algo de sushi, charlas con tu hijo y, seguidamente, te vas a la cama. Pero no te vas a la cama desprotegida, evidentemente. Duermes con un martillo en el regazo. Al día siguiente, tienes la certeza de que el agresor es alguien de tu entorno, pero ni se te ocurre acudir a la policía. No te fías de ellos, no han hecho nada por ti en el pasado.

Elle Paul Verhoeven
Isabel Huppert, esa diosa.

Elle es una de las películas que más he disfrutado en los últimos tiempos. Es drama, es comedia, es miedo, es risa, es repulsión, es atracción y es inmoral. Todo junto, en un cóctel que prepara una magnífica Isabel Huppert. Más que magnífica, magnánima. Es una reina y así interpreta su papel. Luego está el resto del elenco, que viene a completar el retrato de una mujer madura con un terrible trauma en su pasado y que se enfrenta de manera inesperada a un acosador.

La secuencia inicial, que es cuando se produce la violación, es sencillamente turbadora. No sabemos por qué Michelle, la protagonista, reacciona (o no) como lo hace tras la violación. No llora, no sufre, no siente odio hacia su agresor. Solo dolor físico y curiosidad. Quizás un poco de venganza, quizás un poco de atracción por el lado oscuro del alma. Pero eso lo veremos luego.

Tras el episodio inicial, lo siguiente que vemos es a una Michelle dirigiendo una compañía de videojuegos y batiéndose en tour de force con uno de sus diseñadores. Un machito de esos a los que les fastidia que una mujer lleve la batuta. El director nos coloca de inmediato en una lógica de juego de roles donde vísctima y verdugo se desdibujan. Y, luego, el desconcierto.

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Amor y guerra: La palabra más hermosa

Gemma recibe una llamada de Gojko, un viejo amigo al que hace 15 años que no ve. Gojko quiere que viaje desde su Roma natal a Sarajevo para asistir a una exposición retrospectiva de las fotos de Diego, el que fuese su marido, ya fallecido. No viajará sola, sino con su hijo Pietro, que nunca conoció a su padre. A partir de ese reencuentro conoceremos la intensa y turbulenta historia de amor de Gemma y Pietro, sellada a fuego entre las ruinas de una guerra que los marcó a ambos. La pareja se conoció en una Sarajevo libre, pero años más tarde deberán volver a un país en guerra donde no solo tendrán que luchar por sobrevivir al asedio, sino también a sus propios demonios.

Margaret Mazzantini libro
Diego, Gemma y la chica que bailaba a oscuras con Kurt Cobain.

No me suelen gustar las historias de amor. Me gustan los sentimientos, la emoción, el drama. El amor per se no me parece interesante, sobre todo cuando la literatura nos ha ofrecido grandes historias con las que es difícil competir. ¿Cómo estar a la altura de Romeo y Julieta, de Ana Karenina, de Cumbres Borrascosas? Sencillamente, no se puede. Como se suele decir, todas las historias han sido ya escritas… de lo que se trata es de cómo las cuentas, de con qué las revistes. Los arquetipos están con nosotros desde el principio de los tiempos, pero lo que hacemos es reinventarlos constantemente. Avanzan sumando capas y cambiando de aspecto. Pero, en el fondo, todo es lo mismo.

Empecé La palabra más hermosa porque había oído hablar de su adaptación cinematográfica, Volver a nacer (Venuto al mondo, Sergio Castellitto, 2012). Llevaba años queriendo leer el libro antes de ver la peli, me atraía la guerra de los Balcanes, pero por unas cosas u otras siempre lo aplazaba. Hasta que lo hice. Y menos mal que la lectura precedió al visionado, porque de lo contrario se me hubiesen quitado las ganas. Me sorprendió ver que el libro había sido adaptado por su autora, Margarita Mazzantini, junto con el conocido director italiano, y no pude remediar sentir que el film no está, ni de lejos, a la altura. Luego supe que son marido y mujer, y me pregunte el porqué de esa falta de simbiosis entre ambos. Deberían arreglar sus problemas maritales antes de sentarse a escribir.

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