Princesas, pitufas o el drama de la ficción en femenino

La sirenita
Úrsula y Ariel. Ariel y Úrsula. Tanto monta monta tanto, porque «la belleza es mucho más que suficiente».

En algún instante de estos últimos meses se me pasó por la cabeza dejar de leer historias sobre mujeres tristes, sobre mujeres perdidas, sobre mujeres en busqueda continua. Error mayúsculo.

De nada sirve imponer autocontrol sobre algo que surge de manera natural. Más bien, de lo que se trata es de hacerse preguntas. Las preguntas adecuadas, para ser más precisos.

En un momento determinado incluso pensé que estaba entrando de lleno en terreno peligroso dada la empatía con la que suelo abordar los caracteres femeninos. Lo expresé en el post anterior, dedicado a Cinco horas con Mario: cuando la identificación se hace difícil, llega la extenuación. Así, y echando la vista atrás, me encuentro con que mis últimas lecturas (aparte de algún que otro guilty pleasure) siguen un proceso iterativo digno de poner en cuarentena.

Cinco horas con Mario, La mujer comestible, Aloma, Cat eyes, Las chicas… Y eso solo haciendo un ejercicio de memoria bastante corto… Porque ha habido otras mujeres antes, mucho antes. Y las seguirá habiendo en el futuro, de eso estoy segura.

Cuando me da por pensar que he hecho algo demasiado, se me ocurre preguntarme por qué hago ese «algo». Y, la mayoría de veces, una se da cuenta de que hace lo que hace porque en ese momento lo necesita. Así de sencillo.

Mi fijación por buscar (y encontrar) mujeres protagonistas se debe, en primer lugar, a que soy mujer. Pero esa no es razón suficiente, hay libros extraordinarios, peliculas buenísimas, series muy competentes… donde los protagonistas son hombres y las aprecio igual. ¿Igual? No, igual quizás no es la palabra.

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Los tres jinetes del heteropatriarcado

venda ojos

He leído varios artículos, muy interesantes y completos, que ponen sobre la mesa análisis bastante inteligentes sobre la matanza homófoba en Orlando, que se ha saldado con 50 muertos y 53 heridos. Análisis que se alejan de las tesis racistas e islamófobas para centrarse en lo que verdaderamente tiene en común esa matanza con todas aquellas tragedias cotidianas que se siguen sucediendo en países como Rusia, Arabia Saudí, Nigeria y tantos otros. Sin olvidarnos de la escalada de violencia verbal que se produce en nuestro país cada vez que un cardenal abre la boca.

La violencia heteropatriacal está en todas partes, aunque se camufla de distintos modos. A veces te acaba matando y otras te provoca un dolor sordo e interno que no se va nunca. Si eres afortunad@, se te olvida que tienes esa espina dentro y sigues viviendo. Hasta que lees el periódico y sientes una punzada en el estómago. Porque descubres que a los ciudadanos gays no se les deja donar sangre en una escandalosa lista de países que incluye Bélgica, Austria, Alemania, Grecia o Irlanda (fuente, BBC diciembre de 2015). Porque es injusto. Porque se viola y se asesina a mujeres TODOS los días. Porque existe el techo de cristal y eso de la conciliación es una quimera. Porque si eres mujer y estas en la treintena eres un sujeto sospechoso de querer embarazarte… lo que por lo visto te incapacita para ejercer tu puesto de trabajo. Aunque el individuo que te entreviste sea el hijo o el padre de alguien. Y así podría seguir, con una lista de apocalípticos datos que nos darían ganas de hibernar hasta el próximo milenio, a ver si ha cambiado algo.

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De isla en isla

En algún punto del post anterior sobre Maya Angelou, hacía referencia a mi imposibilidad para hacer frente a los vaivenes de la vida. A lo largo de mi trayectoria personal y profesional, algunos de estos terremotos me han traído sorpresas, me han servido de motor cuando ya no podía arrancar. Otros me han sumido en un largo sopor del que me ha costado levantarme. Ya se sabe que, cuando un terremoto se acerca, lo mejor es hacerse bola al lado de un muro de carga. El miedo, la mayoría de las veces, es el motor que mueve mi mundo, y no debería. Porque luego toca buscar entre los escombros.

Admiro a la gente que tiene una pasión, una gran pasión. Aquellas personas que cumplen la quimera de ser felices y estar satisfechas porque «aman lo que hacen». Es precioso, digno de admirar… inaccesible. Yo siempre he sido más bien de amar todo y no casarme con nada. Mi cabeza está repleta de islas independientes; y yo me siento como un pirata en busca de un trozo de tierra firme en el que desembarcar y echarse una siesta. Sin embargo, en la vida de todo pirata hay un tesoro… Solo que ninguna isla conocida hasta el momento me ha permitido encontrarlo. Y así se va dibujando una vida a la deriva, flotando en medio del océano. Sin timón ni timonel, que cantaría aquel.

A veces creo que la culpa es mía y otras, de los libros de autoayuda. Yo amo la vida, a mis amigos, una copa de vino o una cerveza bien fría, un billete de ida y vuelta, una peli a oscuras, una temporada sin empezar, un paseo por el campo, un viaje en bici, unas sábanas limpias, un horno encendido, una reserva en el restaurante, una piscina, una canción a oscuras, un libro tras otro, una isla tras otra. ¿Es requisito indispensable que deba amar lo que hago para ser feliz? ¿Y si no sé qué amar? ¿Y si no sé qué hacer? ¿Y si no existe profesión (digo amante) para mi? En ocasiones siento que ese afán por tener la vida perfecta, ese amar tu profesión, me ha llevado a una búsqueda que nunca va a tener un final. Porque nunca voy a encontrar el amor verdadero. Por eso vago de trabajo en trabajo, de proyecto en proyecto, de país en país.

De isla en isla.

https://youtu.be/yxLZhzpAC0U

Cosas que están pasando

rooms-by-the-sea
Room by the sea. Edward Hopper. 1951

Tuve un blog antes de que se pusiese de moda Facebook. De hecho, lo tuve mucho antes. Antes incluso de Fotolog, y de WordPress. Los blogs eran plantillas donde podías colorear, escribir y subir fotos. Cuando la vida era mucho menos complicada. De lo que se trataba era de escribir tu horrible, frustrante o aburrida vida con un halo de imaginación. Con ese nosequé que le imprimía cierta dignidad a lo que era, ni más ni menos, que una vida más de las muchas que pueblan este planeta.

Pero los blogs personales se pasaron de moda. Así, en un par de años. Llegaron los moderneos, los postureos, los amigos por decenas, los twits, los selfies. Y todo se fue al garete. No quiero extenderme en mis quejas, porque todas estas aplicaciones que han ido surgiendo a lo largo de los últimos diez o quince años son solo una prolongación de lo que era un blog en su tiempo: ego, ego y más ego. Ahora ya no basta darle un toque de pimienta a tu vida para que parezca menos triste. Tienes que estar buena, poner morros en las fotos cual morcilla en ventosa y, si se te ocurre escribir, ser experta en algo. El blog era cursi por definición, y lo cursi ya no gusta. Adiós a aquellos largos post nostálgicos por TODO. Adiós a las románticas que creíamos que nuestra vida podía interesar a alguien más que a nosotras mismas. Adiós a nuestro ego de algodón de azúcar.

Los blogs son ahora un contenedor de los pecados del ahora: buen diseño, palabras clave, enlaces, likes, comentarios y muchos, muchos conocimientos específicos sobre algo en concreto. No puedo explicar que anoche me quedé viendo una peli de Antena 3 mientras comía helado aunque lo revista con toda la ironía de la que me ha dotado la sociedad heteropatriarcal. ¿Nadie entiende la sátira? ¿No os hace gracia? Pues vale. Me retiro.

No, espera. Que no me retiro.

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