El país del sol ausente

Lluvia
Llueve sobre mojado.

Desde el país del sol ausente en el que vivo (o sobrevivo), donde no hay eñe en los teclados aunque una tenga sus truquillos, asisto resignada a una primavera que ha sido invierno. Seguida, por cierto, de un verano que nunca será verano… Pero es que a lo mejor hasta será invierno. Lluvia y tonos grises me dan la bienvenida cada mañana. Y yo, con la cara pálida y las ojeras cada vez más marcadas por la falta de vitamina D, acepto resignada mi fatuo destino.

Tragedia griega

Es como haber cargado una peli súper divertida en Powvideo (chicos, no lo hagáis, es ilegal) que nunca arranca. Actualizas la página sin parar, sin resultados. Apagas y enciendes el router, refrescas, reinicias. No hay señales de vida inteligente. Y así seguirá eternamente hasta que llegue un otoño que parezca invierno. Solo que, con un poco de suerte, tendremos un otoño que se asemejará a un verano. Y nos volveremos totalmente bipolares y nunca más nos fiaremos de la App del móvil que predice el tiempo. Porque no saben nada. Y escucharemos atentos las teorías sobre el calentamiento global, creyendo que estamos acabando con los recursos del planeta y que esta es nuestra penitencia.

Y volverá a pasar lo mismo una y otra vez: harás planes de fin de semana. Un picnic electrónico, una terraza al aire libre, un concierto, un paseo por el bosque, un poco de deporte, un día en bici… Y lloverá. Porque siempre llueve cuando tienes ganas de ser feliz.

Seguir leyendo

LA INSOPORTABLE LEVEDAD DEL SER

Si.

No.

O si. O casi que no.

Cada vez que quería decir sí, decía no. Y cuando la ocasión lo requería… él no decía no, sino que asentía con la cabeza. Como queriendo decir: sí. Pero en realidad no era sí. Era no.

Así que nadie sabía, apenas él mismo, qué quería decir cuando negaba tal o tal cosa. Pero es que incluso al afirmar, el desdoblamiento que sufría le impedía vislumbrar a qué o a qué otra cosa decía sí.

Esto era, por supuesto, intolerable en todos los sentidos posibles. Tanto en sentido negativo como positivo.

Estaba en tratamiento neuronal desde hacía algunos meses y casi mejor que no hubiese comenzado nunca, puesto que ahora vivía en una cuádruple encrucijada cada vez que se enfrentaba a una decisión, ya fuese menor o mayor.

Esto es: A (uno cualquiera) le pregunta a B (nuestro amigo) qué hacer sobre tal o cual. Si nuestro amigo B dice sí, en realidad quiere decir no. Pero en su intento de negar, siempre acaba asintiendo. Y viceversa, claro. Con las pastillas, este entramado alcanza una dimensión un tanto más complicada.

Se tomaba la pastilla del No cuando, debido a su disfunción, decía si aunque en su interior estuviese negando. Tomaba la pastilla del Si cuando decía no enérgicamente aunque en realidad significase un sencillo sí.

Y así hasta el infinito.

Por eso nuestro amigo se repetía constantemente, no sin cierta amargura, que su vida transcurría a la inversa. Tomemos como principio el hecho de que son nuestras decisiones (las sacras y las profanas) las que trazan el camino, que son ellas las que hacen que, en última instancia, el amigo A o B gire a la izquierda o a la derecha. Si esto es cierto, una negativa cambia el mundo y un sí a tiempo puede salvarte. Pero ¿qué pasa si todo se invierte? ¿Es como vivir una contra-vida? ¿Tu existencia se convierte en lo contrario que hubieses deseado?¿O tomar las riendas de tu propio caminar es un hecho imposible por lo utópico y estamos ante una inversión que no es más que una de las muchas versiones alternativas ante las que puedes toparte a lo largo de la vida?

Todo esto, y muchas cosas más que no conoceremos nunca, se las preguntaba B ante el Volumen 2 de las obras completas de Voltaire. El librero le había preguntado si, en caso de desear, deseaba B comenzar a leer al escritor francés por el volumen 1. Él, queriendo responder sí, dijo no. De este modo, y saltándose las obras primigenias involuntariamente, empezó directamente con las tardías.

Quizás, pensó de repente, era un ser afortunado y superior a los demás. Cabía la posibilidad de que, experimentando lo contrario a lo que su voluntad verdaderamente deseaba en cada momento, tuviese un conocimiento supremo y exhaustivo de todo lo que ofrece la vida, de las posibilidades que ésta otorga a todo el mundo (y todo el tiempo). Si seguimos la línea de este razonamiento llegamos a la conclusión de que B es un ser especial.

El gran B, capaz de afrontar siempre el reverso de su existencia. Un superhombre.

Un mañana se despertó. Apagó el despertador. Se duchó. Se peinó. Se afeitó. Se puso sus ropas. Vio que no quedaba leche en la nevera. Decidió bajar a desayunar. Cogió el ascensor. Dijo hola al portero. Pasó por el cajero. Entró en el bar. Pidió un café. Fue a mear mientras se lo servían. Volvió. El camarero preguntó, inocente, ¿te lo pongo con leche? Con leche le gustaba más a B, efectivamente.

Y, hete aquí, que el café fue servido con leche.

Todavía inocente e inconsciente, B acercó la taza a sus labios y se abrasó la lengua. La leche ardía. ¡Allí había leche! ¡No podía ser, no era posible, no era normal!

Se echó las manos a la cara y, casi sollozando, exclamó: ¡se acabó!

¿Será posible que aceptar lo que no se quieres sea más fácil y sencillo que asumir que has tomado la decisión que esperabas tomar, cogiendo aquello que querías coger? Y es que, ¿qué se hace cuando uno elige por su propia voluntad? Si las cosas no salen bien, si te has equivocado, si la condenada leche quema… no es culpa de una extraña enfermedad supuestamente neuronal, no es culpa de una pastilla mal administrada. Es, simple y llanamente, una posibilidad que ha fracasado. Y no hay que buscar más culpable que uno mismo.

Dios mío, se lamentó B desesperado.

 Esto es el fin.

La insoportable levedad del ser; Philip Kaufman 1987

LA DECISION DE SOPHIE

Cindy no fue Cindy hasta la muerte de su padre. A los diez años se llamaba Gertrud, vivía en Berlin y llevaba trenzas. Era hija del célebre mariscal Göring, ministro de la Fuerza Aérea Germana durante la segunda mitad del Tercer Reich. La pequeña Gertrud tuvo una infancia encantadora: los viernes comía pasteles de crema en casa de la señora Bormann, los sábados la criada la llevaba al cine para ver lo último de la UFA, los domingos jugaba a médicos con su primo Rudolph. Durante estos juegos de infancia, el chiquillo se encargaba de medir y toquetear las partes del cuerpo de su prima, con el fin de atestiguar que pasaba la prueba de la pureza. El padre de Gertrud había pertenecido a las SS, donde hizo carrera hasta llegar a ministro. En dicha organización de élite, solo aquellos que demostraban tener orígenes limpios de mestizaje desde, al menos, dos generaciones atrás, eran admitidos en el cuerpo. El mariscal siempre se pavoneó de sus ancestros “puramente eslavos”.

La pobre Gertrud, pese a tener la seguridad casi absoluta de que la prueba resultaría siempre satisfactoria, no podía evitar el sentir cómo se le encogía el estómago antes de que Rudolph emitiese su diagnóstico. Si ella provenía de las tierras de Zoria y Danica, nada podía pasarle. Estaba predestinada a ver el renacer de una nación pura, en la que cada individuo contaba como un pequeño engranaje dentro del sistema. Si de repente a su nariz se le ocurriese crecer unos centímetros o el ancho de su cráneo ya no fuese el mismo, todo el trabajo que hubiera podido entregarle a su nación caería en saco roto.

Pese a estas momentáneas crisis de identidad aria, Gertrud se sentía pura y limpia cuando se miraba al espejo. Cada vez que se levantaba por las mañanas y se vestía para ir a clase, encontraba sus ropas amorosamente plisadas por la nurse, desprendiendo éstas un suave olor a lavanda. Las braguitas, camisetas y calcetines eran de un blanco inmaculado. Y la falda gris a cuadros escoceses estaba perfectamente planchada. A Gertrud no le cabía la menor duda, eso debía de significar la pureza de la raza.

Cuando a los catorce años su primo Rudolph decidió pasar a toquetear otras partes de su cuerpo (de más difícil acceso con cinta métrica) ella pensó que este hecho en nada molestaba a la tan presente pureza de la que hablamos. Es más, le hubiese gustado poder empezar a servir a su patria acudiendo a las casas de maternidad, donde bellas mujeres con sedosos cabellos rubios envueltos en coronas de flores se ofrecían a los miembros de la Lebensborn. Allí crecían centenares de retoños, concebidos para purificar a la nación progresivamente, dando la oportunidad al gobierno de limpiar el país de indeseables razas no meritorias de respeto alguno.

El día de la primera regla, Gertrud comunicó a su madre que ya estaba preparada para servir al Reich: qué mejor manera de hacerlo que entregar sus ovarios al disfrute de los soldados, a la causa nacional, a la ciencia inclusive. Pero la madre, que no estaba de acuerdo con tales modernidades y que, además, era una católica convencida (hecho que el mariscal siempre trató de ocultar, pues no era bien visto por los defensores de la patria), puso el grito en el cielo y le propinó una bofetada. Eso era para campesinas sin estudios, ya encontrarían ellas otra manera de servir al régimen.

El sueño de convertirse en la mártir paritorio del Nuevo Orden quedó, así, aparcado.

El curso de los acontecimientos cambió de rumbo, sin conceder a Gertrud un tiempo prudencial para poder acostumbrarse. De pronto, los periódicos anunciaban que su padre iba a ser ahorcado después de los juicios de Núremberg. Los botines, las bragas, las camisetas y sus faldas grises de cuadros escoceses… todo se le hizo pequeño. Y además, ya no tenía criada alguna que se los fregotease. Lo del olor a lavanda quedaría reservado para otras jovencitas, porque ni ella sabía lavar ni su madre parecía dispuesta a hacerlo, entregada como estaba a arrancarse el pelo de la cabeza y demás crisis histéricas. De pronto Gertrud ya no se sintió tan pura.

La familia del primo Rudolph pensó en trasladarse a América puesto que el cabeza de familia era un reputado científico molecular, y ya se sabe que de esos hacen falta en todas partes, independientemente de a quién se haya servido antes y con qué fines. La madre de Gertrud, muerta ya en vida, tuvo un momento de lucidez y dejó a su hija en manos de la familia de su hermano. Todos los documentos fueron falseados y los pasaportes perfectamente diseñados. En una semana, Gertrud y Rudolph pasaron de ser primos a ser hermanos.

Una vez en América, la familia se instaló en un pequeño apartamento de Nueva York, en el barrio de Queens. Para evitar los molestos y groseros comentarios de todo un país germanofóbico, Gertrud decidió hacerse llamar Cindy. Rudolph, por su parte, pensó que le gustaba más ser Rusty y abandonó su afición a la medicina por otra que no complacía tanto a sus pretéritos modelos de conducta. O lo que es lo mismo, sus padres. Pero aquí el que no corre vuela, y Rusty acabó ganándose la vida como campeón regional de bolos, acostándose con camareras (a las que, pese a todo, seguía midiendo la anchura del cráneo), y consagrándose a la noble causa cervecera.

La nueva Cindy debía decidir qué nueva (y casi improvisada) dirección tenía que tomar su vida.

Pero la resolución es muy costosa para ella. Por eso vuelve del pasado para demandar nuestra ayuda.

 

La Desisión de Sophie (en honor a mi madre); 1982; Alan J. Pakula. Meryl Streep está de moda (Kevin Kline, no).

IL ÉTAIT UNE FOIS DANS L’EST

Para evitar llorar más de lo necesario ante el declive del imperio quebeco, he ido a ver a Sarah Jessica y a las otras muchachas en la película que sigue a esa serie que tantas satisfacciones me dio en su día, a su paso por el canal Cosmopolitan. Cuando era más joven y estaba necesitada de ficción mala con buenos diálogos. En la peli, como de costumbre, las solteras llevan tacones-y-todo-eso, disfrutando con la idea de vivir en una ciudad donde se puede encontrar el amor. Una ciudad, Nueva York, donde la mitad de sus habitantes son negros… pero no los vemos. Menos cuando son chóferes o similares, claro.

Minutos antes de que la película comience, la chica negra que está a mi lado refunfuña, maldice, se queja de lo que a ella le parece una falta de respeto: que yo apoye el pie en el asiento de delante (vacío, por otra parte). Qué barbaridad, que falta de todo decoro, que luego dicen que son los negros los que son unos cochinos sucios, pero que los blancos son los más puercos, no hay más que mirarme. Cuenta una anécdota, para demostrar a su amiga la teoría de que los blancos son sucios, mediante una experiencia empírica anterior a la que ahora mismo está a su lado. Después, arremete de nuevo contra mi pie, todavía rebelde en el asiento de delante. Al principio no entiendo bien la relación entre la vergüenza, el blanco, el negro y la suciedad. Pero, finalmente, y al ser yo blanca, me siento aludida. Así que bajo la pata del asiento, no sea que me expatríen a dos días de mi partida. Ella grita que, a Dios gracias, al fin la maleducada esa lo ha entendido. Acto seguido pregunto a la muchacha que, si le molestaba que pusiese el pie en el asiento de delante, solo tenía que decírmelo de manera educada. Ella me responde: << acaso hablo contigo? Porque si hablo contigo te lo digo, pero no estoy hablando contigo, así que cuidado.>>

Si me insultas llamándome cerda blanca podrías ser un poco congruente con la vida en general y contigo misma en particular y dejar de pagar los putos 8 dólares que cuesta una entrada de cine para ver cómo desfilan ante ti los estandartes del imperio criollo americano, donde las princesas de alto standing son todas de un blanco inmaculado y donde la protagonista, una tal Carrie, contrata a una negra (oh, no me lo puedo creer) para que sea su asistenta personal, una especie de versión moderna de la Mami de Vivian Leigh, con demasiado gloss en los labios y cara servil, que sabe de informática y que libera a su ama de los grandes problemas logísticos de la vida real, como leer los mails o abrir las cartas. La versión chic de una… ¿sirvienta????

Ahora tomo aire. Yo tampoco debería haber comprado esa entrada.

Carrie, en un arranque de caridad con la muchacha negra de provincias, le regala un bolso Fendi (¿o era Louis Vuitton?). ¿Por qué te emocionas y gritas, para que todo el mundo en la sala te oiga, que eso es verdadera amistad? ¿A qué estamos jugando?

Este incidente no va más allá de mi indignación al ser llamada cerda argumentando mi condición racial. Pero si yo me indigno, por ella y por toda la tontería junta acumulada en la película, mezclada con una declaración de intenciones que podríamos calificar de clasista o muy clasista, ¿por qué la tipa no me deja ser una cerda sin color de piel? Reivindico el derecho de ser llamada puerca sin más.

También reivindico la posibilidad de poner el pie en el asiento de delante sin tener que convertir todo esto en un asunto de estado.

¿Tú por quién hubieses votado antes de que Hillary se retirase para ser vicepresidenta?

Il était une fois dans l’est; André Brassard, 1974

LA VIDA EN LA TIERRA

 

Entro a clase a las 11.30 de la mañana. Y mientras veo películas africanas de sujetos que tienen por nombre Abderramahne Sissako (verídico) me doy cuenta de una cosa. La Teoria de la Evolución, que Darwin planteó en su momento, es más que acertada. Es más, aún en la actualidad podemos seguir aplicándola. El llamado darwinismo primitivo por el que la evolución se define como un proceso basado en la selección natural, mediante el cual solo sobreviven aquellos seres que desarrollan una serie de capacidades para poder adaptarse a un nuevo medio, es justamente lo que me viene pasando desde hace un par de semanas.

Fíjate.

Pues eso, que he desarrollado la asombrosa cualidad de dormir con los ojos abiertos. Yo antes era de esa especie mediterránea que encontraba insufrible ir a clase a las 17.00 y casi fuera de todo planteamiento a las 15.30. Nuevo Mundo, nuevas pautas de conducta. Esa case de la que he hablado antes empieza a las 11.30 no acaba hasta las 16.00. Y ponen peliculas de Abderramahne Sissako por en medio. Por lo tanto, adáptate al medio o muere. La técnica que he desarrollado, y que pienso vender por fascículos en cuanto contacte con Planeta DeAgostini, consiste en:

1. Ir desayunado. Si tienes hambre la abstracción del alma no es posible.

2. Madrugar. Un poco de sueño añadido nunca viene mal.

3. Propiciar un emplazamiento clave. Si te pones justo delante del profesor, éste puede darse cuenta de que tu mirada se dirige a un vacío, hacia una dimensión desconocida de tu alma a la cual él no puede acceder. Eso no es bueno, muñeco.

4. Elegir la materia adecuada. No vale con películas de Chaplin. Chaplin da risa, Abderramahne Sissako no.

5. Fijar la mirada en la pantalla y concentrarse en los diálogos, los movimientos y los colores. La imagen, por definición (y más si es en pantalla de cine), tiene la capacidad de dejarte en un estado de medio ensoñación. Merilota perdido, vamos. Así que intenta seguir la película de Sissako… en unos minutos tu alma se elevará por encima de tu cuerpo. Tu atención estará dedicada a la película, incluso si lo haces bien puedes llegar a seguir el argumento y los diálogos. Sin embargo el Ello freudiano estará en otro sitio… Pensando en que es necesario ir al super a por leche o cualquier cosa verdaderamente importante. Si perfeccionas la técnica puedes llegar, incluso, a tener sueños eróticos. Tranquilo, cuando has llegado a ese grado de refinamiento nadie puede percibir lo que pasa por tu cabeza. Tu mirada está fija y tu cuerpo inmóvil. Eres un habitante de América del Norte.

La técnica alcanza su grado máximo en un entorno con lengua extranjera.

La vida en la tierra, Abderramahne Sissako, 1998.

NOS PLUS BELLES ANNÉES

Cuando pienso en escribir lo que he hecho últimamente me doy cuenta de que tampoco tiene tanta importancia. He hecho muchas cosas, quizás más que nunca. Pero no tienen importancia por sí solas. Las cosas que hago las hago porque hay quien las hace conmigo. Si no, no las hago.

Ni siquiera escribo en mi diario rosa porque ya no soy desgraciada.

Intuyo que siento cosas pero no las identifico, me dedico a neutralizar mi cuerpo y mi mente. Voy de un lado para otro, pero no pienso en que voy a echar de menos esto o esto otro. Me despido de gente en kebaps de mierda con la boca llena de salsa. O en el aseo de mi casa. Hace un tiempo (mucho tiempo) me regodeaba en la melancolía. Y es que creo que hasta me gustaba. Pero claro, tuve mi despedida traumática en aquel aeropuerto y ya comprendí, al fin, que lo que se hace con los adioses es alargar el tiempo para poder decir absurdidades que, o bien las has demostrado cuando tuviste tiempo, o caen en saco roto. O para dar esos abrazos que antes no te atrevías a dar pero que ahoras crees justificados.

Me declaro oficialmente apocalíptica, en unos sentidos y en otros.

Fluctúo, voy como flotando de un lado a otro. De repente me dan ataques de miedo y a los pocos minutos vuelvo a mi estado natural, que tiene de todo menos naturalidad. En realidad creo que Esto me está afectando, me vienen cosas a la mente, se van… Todo dentro de los límites de la normalidad, no me dedico al sensacionalismo gratuito ni comercio mi vida privada con las otras vidas privadas que me acompañan. Pero tampoco me apetece comerciar con mi vida aquí, extraño. No me apetece cosa alguna, sinceramente. Solo hacer topless mientras leo un libro sobre niños que viven entre la podredumbre.

Cuando me encuentre sola y triste, pasando frío, con exigencias académicas de las de verdad y sin nadie que caliente mi camisón (por dios, no) siempre podré echar la vista atrás y pensar que un día vi borracho al hombre que nunca se pone borracho. Que me dijo que yo sería una sombra que vagaría por la facultad, por las aulas, por la cafetería. Que alabó lo bien repartidos que tengo mis quilos exportados de Francia, concentrados estratégicamente en puntos clave de mi anatomía. Luego ya pasamos a hablar de penes arrugados, que también tienen su ternura particular.

Y yo que empecé esto con voluntad catártica…pero hijo, que no hay manera. Lo intento, pero no sale nada bonito ni nada conmovedor. Por eso hoy no he sido capaz de regodearme como es debido en esa escena de playa digna de ser enmarcada (pese a que me escociesen los ojos por el humo y pese a esto y pese a lo otro). Por eso he empezado a hablar de cosas que, bien mirado, tampoco tenían su importancia vital en ese momento.

Hace un rato tuve miedo de algo, pero se me pasó. Así que aquí estoy, intentando que salga algo bonito que me haga quedar bien. Que frustración. Luego pasa lo que pasa, que lloro en las bodas. Bueno, en las bodas me emborracho y lloro a la mañana siguiente por generación espontánea.

Si tuviese superpoderes ahora mismo los utilizaría egoístamente para provocar una elipsis espacio-temporal y dejar de gastar mi tiempo soltando chorradas como esta. Aunque al menos he dicho algo, que es mejor que guardar silencio.

 

 

 

P.D. Quiero ser una calcamonía de esas que salían en los bollicaos de cuando éramos pequeños y dejarme ya de tanta tontería. Porque mira que tengo tontería en el cuerpo.

EL BUEN ALEMÁN

Una vez, una de tantas en las que intenté autodefinir de alguna manera mis actos o mi entorno, no por una cuestión moral, sino más bien por una cuestión de cordura humana… pensé que esta época de mi vida se asemeja a una posguerra.

Si intentamos definir/verbalizar/explicar un estado emocional (o muchos que se cruzan, se mezclan y te acaban dando por culo, como era de esperar) quizás acabemos por entenderlo mejor. Sí bueno… o eso pensaba yo antes, ahora creo que resulta hasta contraproducente utilizar el cerebro para cosas que no tengan que ver con el análisis textual, estructural, fílmico, referencial o lo que sea. Creo que hasta hace poco me había pasado la vida analizando. Cuando era joven (quiero decir, más joven que ahora) y no era mi turno de jugar a médicos, analizaba a los demás, y cuando la botella se paró justo delante de mí empecé a analizar de manera enferma cada uno de mis movimientos. Y hasta el más leve pestañeo del otro era razón suficiente para dar rienda suelta a mi costumbre enferma de no dejarme respirar tranquila.
 

Hubieron veces en las que el juego fue de verdad intenso, pero las reglas eran claras y estaban ya establecidas de antemano. Entonces me dediqué a no pensar en (casi) nada, mi cabeza se relajaba y consideraba que vivía en un estado de semi-felicidad. Bueno, de hecho así era.

Pero después de un conflicto armado viene la posguerra y después las tareas de reconstrucción… proceso este, que siempre se presta al mercado negro, al pillaje y a acciones varias, todas poco lícitas moralmente. Y creo que esta nueva redefinición es la que de verdad me gusta. Así cuando tenga una crisis solo será un estado pasajero que se deberá a los efectos colaterales de tener que replantear de nuevo aquello en lo que creí durante mucho tiempo. Mi problema es que luché en una guerra que defendía una premisa bien clara… pero sin saber en qué bando me estaba jugando la vida. Puede que no estuviese en ninguno o que empezase en uno y luego me cambiase al enemigo cual tránsfuga descocada. Sin embargo, lo que de verdad creo es que siempre estuve en los dos campos, con intensidades distintas e irregulares, aceptando una situación bipolar con buenas razones para hacerlo.

Como estoy llevando a cabo una ardua tarea y mi particular muro de Berlín ya está el pobre más que destruido, me voy a dedicar a pensar en qué es lo que quiero para el futuro y no en lo que quise en el pasado, algo que por otro lado nunca tuve del todo muy claro en la práctica. Los cimientos de los que parto son sólidos porque cada vez veo más precisión en mis deseos. Estoy cansada, extenuada, de pelear.

Una vez fui a una librería de aquella ciudad francesa y compré un libro con un título muy bonito. Lo tienes arriba, en mayúscula. Lo terminé hace ya bastante tiempo tumbada en la parte trasera de un coche después de una de esas despedidas que significan un final. Ésta, junto con la última página del libro, hizo que el corazón me latiese muy deprisa y me quedase mirando la carretera con una sensación de desconcierto. Alguien que iba en la parte delantera me dijo que siempre pasa lo mismo cuando te acabas un libro que ha significado algo de una manera u otra.

No lo tengo conmigo porque lo dejé, deliberadamente, en la guantera de ese coche con la esperanza de que alguien más lo leyese. Parece una tontería pero en realidad fue un acto de generosidad. Ahora se me hace raro que ande por ahí sin rumbo, con las huellas de mis dedos, mis manchas de café y las páginas arrugadas por aquella vez que llovió tanto en el parque.        

PULGAS

Cuando salí de la ciudad francesa me despidió un cartel en el que se podía leer “nostalgia”. Visto así, desde el coche, parecía ser más una especie de amenaza que una despedida en toda regla. No me despedí de nada porque todo se desarrolló como un proceso lento y paulatino. A cada kilómetro perdía algo más. Cuando llegué al sur de España ya lo había perdido todo. Incluso la inocencia. Y eso es una cosa que una vez pierdes no vuelves a recuperar en tu vida… es más, yo diría que te pasas lo que te queda de tiempo en este mundo intentando buscarla de nuevo, por eso nos pasamos lo que nos queda buscando algo que puedes llamar Amor o como te de la gana. Si al final todo es cuestión de cómo uses las palabras. U optas por palabras comodín como la que acabo de mentar, o te dedicas a construir frases más complejas y enrevesadas. A mi me gustaría ser categórica en mis juicios (en los que tienen que ver conmigo), pero como no sé me dedico a dibujar espirales.

 

Me hicieron falta todos esos quilómetros compartidos y unos cuantos días de reposo para que mis ojos se acostumbrasen a la luz y pudiese ver con claridad. Aunque bien pensado, en ese sentido podríamos decir que no tengo los ojos hechos para demasiada luz porque eso de la claridad es un concepto abstracto que la mayoría de veces se me escapa. ¿Para que voy a tomar una decisión y actuar en consecuencia cuando puedo tomarlas todas a la vez y vivir en una continua contradicción? No es un Sí-pero-No ni un No-pero-Si. Es un Si-y-No. Mi gran problema es que siempre pequé de acumulación. Todo es siempre mejor que sólo algo.

 

Y entre unas cosas y otras me puse a hacer footing. Y ya lo dejé. Y me uní al grupo de las rubias platino guiada por una necesidad inconsciente (o no tanto) de parecerme a alguien extranjero. Sí, más. Y volví a colgar pósteres que hacía más de un año no veía. Pero no me puse a llorar ni a martirizar a los demás. Así que esa palabra con forma de amenaza de la que hablaba antes no ha salido de mi boca. Después de un año dedicándome a una o varias lenguas, dependiendo de lo que tú quieras entender, es bastante grato volver a sentir que todavía puedes pensar palabras y escribirlas… con mayor o menor gracia.

 

He vuelto a la vida intelectual. No hace falta tener miedo. Y ya que hablábamos de amenazas, yo no represento ninguna en ese sentido. Tampoco lo hacía antes, pero por lo menos antaño soñaba que me daban un Pulitzer y no me entraba la risa. Quiero pensar que no es a causa del alcohol o de no utilizar mi materia gris para otra cosa que no fuese traducir o destraducir, sino que el tinte que me puse ha penetrado a mi cerebro y lo está invadiendo. Y es que he descubierto el drama que supone ser rubia. Y es un drama, no por los demás, sino sobretodo por ti misma. Al principio, cuando intentaba seguir las conversaciones de (mira, al azar) Spielberg y compañía (no el judío, el de mi clase), me tocaba el pelo con un gesto de esos que intentan ser espontáneos y desenfadados pero que solo están dirigidos a reconstituir (o intentarlo) la coiffure, y pensaba… “coño, es que soy rubia”. No me quiero ni imaginar qué hubiese sido de mí si de verdad fuese rubia-rubia. Creo que en breve iré a la droguería a por el pelirrojo si es que quiero aprobar los exámenes.

 

Y que conste que no tengo nada contra las rubias, ya sean las de chocho morenote o las naturales. Es una simple cuestión de autosugestión. Bueno, no tengo nada en contra a priori, porque yo siempre tengo algo en contra de otro algo o alguien. No, no soy una criticona… eso no. Como me dijo el camello de Miss Kittin en el Razzmatazz, “tú eres una escéptica, ¿quieres un poco mas de MDMA?”. Y claro, ahora podría dejar esta frase así y acabar tal cual y quedaría en plan “como la rompo, como (me) molo”.

 

Pero no.

 

Ni la rompo ni tampoco molo. El susodicho era un machucho, camello de tres al cuarto, si es que le otorgamos esa categoría y no la de “hola, doy pena, no me escupas”. Seguramente se habría hecho una foto con Miss Kittin y se sentía con la suficiente autoridad como para decir que ahora la chica está gorda y pincha mal. Yo y las drogas ilegales nunca tuvimos una muy buena relación y para una vez que pruebo algo va y me pone de mala hostia (para lo que no me hace falta ser inducida artificialmente, ese trabajo ya lo hago sola). Para acabar de rematar, el Razzmatazz es un sitio de pulgosos (y cuando digo “pulgoso” es en su sentido más crudo y literal). Pulgoso, viene de pulga. Del latín “vaya asco”.

 

Pero sí. El hombre desde ahora conocido como el-falso-camello-de-Miss-Kittin tenía razón, soy una escéptica. Y me lo pasé de puta madre también.

 

Como me dijo PP, “yo no he venido aquí a ver catedrales”.

 

Pues eso, yo tampoco he vuelto a España para ver catedrales.

P.D. Si alguien se ofrece voluntario para cambiar este rollo de tele chunga me lo comunique.

12, RUE CONSTANTINE

Desde que llegué creo que esta es la cuarta vez que cambiamos de casa. Primero fue el BloqueSoviético, Guillotière acompañados de Hassan, el reino encantado de la 21 rue st Jean… y ahora es el maravilloso mundo de la casa con tele y sofá. Lo que llamaríamos el horno de la calle St Constantine. Cuando te dicen, “vale puedes irte” no te cuentan que el frío que va a pasar es proporcional al calor que hace a partir del uno de julio. Impresionante. Ahora mismo los poros de mi piel supuran sudor. Por las mañanas es peor, simplemente no puedes dormir más allá de las 12. En este, nuestro nuevo hogar, compartimos el bochorno con otros dos franceses y un irlandés. Específicamente soy yo la que comparte calores con este último, nunca debidos a contacto carnal alguno, sino al simple hecho de compartir un salón para dormir. La pecera que nunca tuvo peces separa nuestras camas. Es muy bonito, es una nueva familia para la Princesa del Pop y para mí. Tengo que reconocer que tenía serias dudas en lo que a mi seguridad se refiere, pues dormir con Sam entraña ciertas dificultades que tienen que ver con la naturaleza humana. Mi mayor miedo era que le diera por tocarse afectivamente en presencia de una. Por ahora lo único que hace es dormir en calzoncillos y calcetines. Adorable. Además es melómano, supongo que es un moderno de Irlanda.

Que Francia ganara me dio un poco lo mismo pues el fútbol lo que consigue es dormirme, básicamente. Pero ahora, y a riesgo de blasfemar contra la madre patria, quiero que ganen los azules (oh mon dieu! ahí me tienes, metida hasta en la jerga) porque visto el resultado del martes, el domingo esto puede ser una bacanal romana. Todo el mundo estaba contento y quería a los demás. Mucho además.  

Si quiero huir del calor solo puedo hacerlo en la piscina que se encuentra al lado del río, operación harto peligrosa pues los hombres no pueden entrar más que con fardahuevos. Hay veces que tus ojos se encuentran delante de ciertas visiones abominablemente horrorosas… sin embargo sigues mirando como atraído por una fuerza extraña. Así, nos encontramos en una dicotomía moral: piscina o no piscina. Sí, a eso han llegado mis luchas internas desde que me dedico al culto a mi misma y a los que me rodean. Solo nos falta el becerro de oro. Y si me pongo bíblica pues mira.
 

El gordo con aparato que nos “contrató” para trabajar en el castizo CafeSevilla simplemente es retrasado mental. No tiene otra. El bar huele a sangría pasada (muy pasada) y las tapas llevan colgando un cartel que pone “Gastroenteritis aguda”. Las que tienen motas blancas (humus ciertamente) ya llevan el de “Mortífero”. A pesar de que en media hora tenga una cita que decida mi futuro laboral dentro de esa empresa donde desarrollarte espiritualmente consiste en mezclar los zumos de un San Francisco, no voy a ser demasiado dura con ellos. Solo diré que son unos cochinos. Pende de un hilo mi puesto de trabajo y, atención, que no he roto ningún vaso. Me he limitado a sudar como una cerda entre cervezas, sangrías y san franciscos. Además de pintar un mural propio de la Capilla Sixtina. No se en que consiste el problema, pero sospecho que tiene que ver con encefalogramas planos y falta de capacidad para hacer un simple horario.

Me encuentro a la espera de un nuevo cisma en esta ciudad que sacudirá los cimientos sobre los que se construye el sentido mismo de la vida. Georgen se va esta semana. El hombre lingüista y dos veces lingüista. El hombre que me barre los pies. Miembro de la familia desde su creación.
 

Un hombre de casi 30 años que le esconde los tatuajes a su abuela para no matarla.          

MI ARAÑA

Vale. Lo he comprendido. Está bien, acepto que esto es feo pero quizás tanta explicitez me abrume. En estos momentos meterme en percales informticos no es lo que mas me apetece, asi que continuo hasta que me canse y busque a algún chulazo que me me arregle estos desajustes. Y punto hasta la fecha.

Creo que fue el dia en que descubrí que había una araña en el techo de mi habitación que movía las patas, cuando decidí que me iba a España. El año pasado la cocina se me llenó de bichitos horribles que querían destruirme, ahora una araña me mira desde el techo. Cierto es que cuando volví el bicho seguía en su sitio, pero sus patas yacían inertes. RIP.

Lo que me encontré al llegar fue a una madre con gafas de pasta y spray antiviolaciones. Muchos productos de belleza para comprar y un canal Cosmo estruturado alrededor de Carrie, Miranda, Charlotte y Samantha. Un viaje rapido a Valencia y una multa por escándalo público. Me vino bien para comprender que la autodestrucción nunca fue una solución viable para nada.

Así que cuando estuve de nuevo en esta habitación que huele a restaurante chinoise HongHa dejé de estar tan loca (en el sentido de mantalmente desviada) para contemplar lo locos que están los demás. Quiero decir, que hay cosas que no encajan. Imaginemos que de repente te vas a Cannes a buscar un trabajo, visitas el Carlton, el Hilton, el Majestic y el Martinez. Conforme entras te hacen salir, dar la vuelta al monumental edificio bajo el sol abrasador, para entrar por la puertucha de personal. Gran frase la de la Princesa del Pop: «mira, entrando al Hilton y yo de Bershka». Se da el caso, mira por Dios, de que no encuentras nada y te vuelves. El viaje me sirvió para muchas cosas, entre ellas saber que sigo teniendo cara de cerdita del norte, por ejemplo. Eso y que los marselleses simplemente no me entienden… ni yo a ellos. Tenemos un choque de acentos importante que nos impide descodificar el mensaje mutuamente.  

 En seguida aparece una sueca en tu casa que es alta, hiperactiva y vegetariana. Y que habla por las noches en un idioma parecido al hebreo. Descubes que Georgen, ese austriaco juez con piratas, cadenas, pendiente y tatuajes de Dragon Ball en relidad es un poco Nosferatu. Que la Princesa del Pop está a punto de retirarse de nuevo a una clínica de desintoxicación para aprender a escuchar a su estómago. Y los hombres se descamisan para ver el futbol. Competimos para encontrar la palabra más larga en nuestra lengua materna. Y un gordo te contrata para que trabajes en el BarSevilla.

Curioso.

Asi que mañana, Princesa del Pop y yo nos vamos a servir fresquitos… a ver que sale de esta. Y si no sale nada siempre nos quedará esta ciudad de particular idiosincrasia. 

Por cierto, me he caido y tengo un anticristo en la rodilla. Hubo una vez en que pensé que era una señorita. La versión oficial es la de que defendí a la sueca de un tipo violento que queria robarle un mango. La que se comenta por los pasillos de todas las reacciones es otra bien distinta… pero como está sin confirmar no seré yo quien la difunda.