Llegas a casa después de un largo día de trabajo y te pones cómoda. Cuando vas a cerrar la puerta del jardín, un hombre encapuchado aparece de repente y te viola. Luego se marcha. Tú te incorporas, tomas una ducha, pides de cenar algo de sushi, charlas con tu hijo y, seguidamente, te vas a la cama. Pero no te vas a la cama desprotegida, evidentemente. Duermes con un martillo en el regazo. Al día siguiente, tienes la certeza de que el agresor es alguien de tu entorno, pero ni se te ocurre acudir a la policía. No te fías de ellos, no han hecho nada por ti en el pasado.

Elle es una de las películas que más he disfrutado en los últimos tiempos. Es drama, es comedia, es miedo, es risa, es repulsión, es atracción y es inmoral. Todo junto, en un cóctel que prepara una magnífica Isabel Huppert. Más que magnífica, magnánima. Es una reina y así interpreta su papel. Luego está el resto del elenco, que viene a completar el retrato de una mujer madura con un terrible trauma en su pasado y que se enfrenta de manera inesperada a un acosador.
La secuencia inicial, que es cuando se produce la violación, es sencillamente turbadora. No sabemos por qué Michelle, la protagonista, reacciona (o no) como lo hace tras la violación. No llora, no sufre, no siente odio hacia su agresor. Solo dolor físico y curiosidad. Quizás un poco de venganza, quizás un poco de atracción por el lado oscuro del alma. Pero eso lo veremos luego.
Tras el episodio inicial, lo siguiente que vemos es a una Michelle dirigiendo una compañía de videojuegos y batiéndose en tour de force con uno de sus diseñadores. Un machito de esos a los que les fastidia que una mujer lleve la batuta. El director nos coloca de inmediato en una lógica de juego de roles donde vísctima y verdugo se desdibujan. Y, luego, el desconcierto.