Si.
No.
O si. O casi que no.
Cada vez que quería decir sí, decía no. Y cuando la ocasión lo requería… él no decía no, sino que asentía con la cabeza. Como queriendo decir: sí. Pero en realidad no era sí. Era no.
Así que nadie sabía, apenas él mismo, qué quería decir cuando negaba tal o tal cosa. Pero es que incluso al afirmar, el desdoblamiento que sufría le impedía vislumbrar a qué o a qué otra cosa decía sí.
Esto era, por supuesto, intolerable en todos los sentidos posibles. Tanto en sentido negativo como positivo.
Estaba en tratamiento neuronal desde hacía algunos meses y casi mejor que no hubiese comenzado nunca, puesto que ahora vivía en una cuádruple encrucijada cada vez que se enfrentaba a una decisión, ya fuese menor o mayor.
Esto es: A (uno cualquiera) le pregunta a B (nuestro amigo) qué hacer sobre tal o cual. Si nuestro amigo B dice sí, en realidad quiere decir no. Pero en su intento de negar, siempre acaba asintiendo. Y viceversa, claro. Con las pastillas, este entramado alcanza una dimensión un tanto más complicada.
Se tomaba la pastilla del No cuando, debido a su disfunción, decía si aunque en su interior estuviese negando. Tomaba la pastilla del Si cuando decía no enérgicamente aunque en realidad significase un sencillo sí.
Y así hasta el infinito.
Por eso nuestro amigo se repetía constantemente, no sin cierta amargura, que su vida transcurría a la inversa. Tomemos como principio el hecho de que son nuestras decisiones (las sacras y las profanas) las que trazan el camino, que son ellas las que hacen que, en última instancia, el amigo A o B gire a la izquierda o a la derecha. Si esto es cierto, una negativa cambia el mundo y un sí a tiempo puede salvarte. Pero ¿qué pasa si todo se invierte? ¿Es como vivir una contra-vida? ¿Tu existencia se convierte en lo contrario que hubieses deseado?¿O tomar las riendas de tu propio caminar es un hecho imposible por lo utópico y estamos ante una inversión que no es más que una de las muchas versiones alternativas ante las que puedes toparte a lo largo de la vida?
Todo esto, y muchas cosas más que no conoceremos nunca, se las preguntaba B ante el Volumen 2 de las obras completas de Voltaire. El librero le había preguntado si, en caso de desear, deseaba B comenzar a leer al escritor francés por el volumen 1. Él, queriendo responder sí, dijo no. De este modo, y saltándose las obras primigenias involuntariamente, empezó directamente con las tardías.
Quizás, pensó de repente, era un ser afortunado y superior a los demás. Cabía la posibilidad de que, experimentando lo contrario a lo que su voluntad verdaderamente deseaba en cada momento, tuviese un conocimiento supremo y exhaustivo de todo lo que ofrece la vida, de las posibilidades que ésta otorga a todo el mundo (y todo el tiempo). Si seguimos la línea de este razonamiento llegamos a la conclusión de que B es un ser especial.
El gran B, capaz de afrontar siempre el reverso de su existencia. Un superhombre.
Un mañana se despertó. Apagó el despertador. Se duchó. Se peinó. Se afeitó. Se puso sus ropas. Vio que no quedaba leche en la nevera. Decidió bajar a desayunar. Cogió el ascensor. Dijo hola al portero. Pasó por el cajero. Entró en el bar. Pidió un café. Fue a mear mientras se lo servían. Volvió. El camarero preguntó, inocente, ¿te lo pongo con leche? Con leche le gustaba más a B, efectivamente.
Y, hete aquí, que el café fue servido con leche.
Todavía inocente e inconsciente, B acercó la taza a sus labios y se abrasó la lengua. La leche ardía. ¡Allí había leche! ¡No podía ser, no era posible, no era normal!
Se echó las manos a la cara y, casi sollozando, exclamó: ¡se acabó!
¿Será posible que aceptar lo que no se quieres sea más fácil y sencillo que asumir que has tomado la decisión que esperabas tomar, cogiendo aquello que querías coger? Y es que, ¿qué se hace cuando uno elige por su propia voluntad? Si las cosas no salen bien, si te has equivocado, si la condenada leche quema… no es culpa de una extraña enfermedad supuestamente neuronal, no es culpa de una pastilla mal administrada. Es, simple y llanamente, una posibilidad que ha fracasado. Y no hay que buscar más culpable que uno mismo.
Dios mío, se lamentó B desesperado.
Esto es el fin.
La insoportable levedad del ser; Philip Kaufman 1987
como escritora de novela rosa para mujeres que no fluyen. Y digo fluir burdamente, de fluido y fluidos. Sin ninguna pretensión: