Una vez, una de tantas en las que intenté autodefinir de alguna manera mis actos o mi entorno, no por una cuestión moral, sino más bien por una cuestión de cordura humana… pensé que esta época de mi vida se asemeja a una posguerra.
Si intentamos definir/verbalizar/explicar un estado emocional (o muchos que se cruzan, se mezclan y te acaban dando por culo, como era de esperar) quizás acabemos por entenderlo mejor. Sí bueno… o eso pensaba yo antes, ahora creo que resulta hasta contraproducente utilizar el cerebro para cosas que no tengan que ver con el análisis textual, estructural, fílmico, referencial o lo que sea. Creo que hasta hace poco me había pasado la vida analizando. Cuando era joven (quiero decir, más joven que ahora) y no era mi turno de jugar a médicos, analizaba a los demás, y cuando la botella se paró justo delante de mí empecé a analizar de manera enferma cada uno de mis movimientos. Y hasta el más leve pestañeo del otro era razón suficiente para dar rienda suelta a mi costumbre enferma de no dejarme respirar tranquila.
Hubieron veces en las que el juego fue de verdad intenso, pero las reglas eran claras y estaban ya establecidas de antemano. Entonces me dediqué a no pensar en (casi) nada, mi cabeza se relajaba y consideraba que vivía en un estado de semi-felicidad. Bueno, de hecho así era.
Pero después de un conflicto armado viene la posguerra y después las tareas de reconstrucción… proceso este, que siempre se presta al mercado negro, al pillaje y a acciones varias, todas poco lícitas moralmente. Y creo que esta nueva redefinición es la que de verdad me gusta. Así cuando tenga una crisis solo será un estado pasajero que se deberá a los efectos colaterales de tener que replantear de nuevo aquello en lo que creí durante mucho tiempo. Mi problema es que luché en una guerra que defendía una premisa bien clara… pero sin saber en qué bando me estaba jugando la vida. Puede que no estuviese en ninguno o que empezase en uno y luego me cambiase al enemigo cual tránsfuga descocada. Sin embargo, lo que de verdad creo es que siempre estuve en los dos campos, con intensidades distintas e irregulares, aceptando una situación bipolar con buenas razones para hacerlo.
Como estoy llevando a cabo una ardua tarea y mi particular muro de Berlín ya está el pobre más que destruido, me voy a dedicar a pensar en qué es lo que quiero para el futuro y no en lo que quise en el pasado, algo que por otro lado nunca tuve del todo muy claro en la práctica. Los cimientos de los que parto son sólidos porque cada vez veo más precisión en mis deseos. Estoy cansada, extenuada, de pelear.
Una vez fui a una librería de aquella ciudad francesa y compré un libro con un título muy bonito. Lo tienes arriba, en mayúscula. Lo terminé hace ya bastante tiempo tumbada en la parte trasera de un coche después de una de esas despedidas que significan un final. Ésta, junto con la última página del libro, hizo que el corazón me latiese muy deprisa y me quedase mirando la carretera con una sensación de desconcierto. Alguien que iba en la parte delantera me dijo que siempre pasa lo mismo cuando te acabas un libro que ha significado algo de una manera u otra.
No lo tengo conmigo porque lo dejé, deliberadamente, en la guantera de ese coche con la esperanza de que alguien más lo leyese. Parece una tontería pero en realidad fue un acto de generosidad. Ahora se me hace raro que ande por ahí sin rumbo, con las huellas de mis dedos, mis manchas de café y las páginas arrugadas por aquella vez que llovió tanto en el parque.