
Tuve un blog antes de que se pusiese de moda Facebook. De hecho, lo tuve mucho antes. Antes incluso de Fotolog, y de WordPress. Los blogs eran plantillas donde podías colorear, escribir y subir fotos. Cuando la vida era mucho menos complicada. De lo que se trataba era de escribir tu horrible, frustrante o aburrida vida con un halo de imaginación. Con ese nosequé que le imprimía cierta dignidad a lo que era, ni más ni menos, que una vida más de las muchas que pueblan este planeta.
Pero los blogs personales se pasaron de moda. Así, en un par de años. Llegaron los moderneos, los postureos, los amigos por decenas, los twits, los selfies. Y todo se fue al garete. No quiero extenderme en mis quejas, porque todas estas aplicaciones que han ido surgiendo a lo largo de los últimos diez o quince años son solo una prolongación de lo que era un blog en su tiempo: ego, ego y más ego. Ahora ya no basta darle un toque de pimienta a tu vida para que parezca menos triste. Tienes que estar buena, poner morros en las fotos cual morcilla en ventosa y, si se te ocurre escribir, ser experta en algo. El blog era cursi por definición, y lo cursi ya no gusta. Adiós a aquellos largos post nostálgicos por TODO. Adiós a las románticas que creíamos que nuestra vida podía interesar a alguien más que a nosotras mismas. Adiós a nuestro ego de algodón de azúcar.
Los blogs son ahora un contenedor de los pecados del ahora: buen diseño, palabras clave, enlaces, likes, comentarios y muchos, muchos conocimientos específicos sobre algo en concreto. No puedo explicar que anoche me quedé viendo una peli de Antena 3 mientras comía helado aunque lo revista con toda la ironía de la que me ha dotado la sociedad heteropatriarcal. ¿Nadie entiende la sátira? ¿No os hace gracia? Pues vale. Me retiro.
No, espera. Que no me retiro.