
En qué estaba pensando cuando compuse mi lista de lecturas para el verano, sinceramente, no lo sé. Después de Cinco horas con Mario, y casi al borde de cortarme las venas en horizontal, encadené con esta novela de la mangnífica Mercè Rodoreda. Y entonces tuve ganas de cortármelas en vertical. No sé si me entendéis, pero no voy a dar más explicaciones.
En primer lugar, situémonos : estamos en la Barcelona de 1934, en el barrio de Sant Gervasi. La protagonista, Aloma, es una adolescente que, como es propio a su clase social, ni va al colegio ni se la espera. Al contrario, se dedica a las tareas del hogar y a criar a su sobrino, hijo de su hermano Joan y de su cuñada, Ana. En su limitada visión del mundo, a Aloma se le ocurre por primera vez la posibilidad de amar a un hombre cuando, a escondidas, compra una novela romántica que nunca llegará a leer.
Y es que Aloma es la imposibilidad de amar. La imposibilidad de ser amada. Aloma es un bildungsroman en toda regla sobre la (desdichada) educación sentimental de una niña que mira de frente al romance de forma escéptica y que, finalmente, se deja llevar. Y todo acaba como el rosario de la aurora, como no podía ser de otra manera. El destinatario de sus primeros besos es Robert, hermano de Ana venido de «las Américas». Se establece entre ellos una relación desigual que bebe directamente de la propia vida de la autora, como veremos más adelante.
A título personal, me parece sencillamente brutal cómo Aloma, una de las primeras novelas de una joven Rodoreda, acaba sin contemplaciones con el ideario del amor adolescente. De hecho, es LA antinovela para adolescentes. El panorama no podía ser más desalentador y el relato, opresivo y decadente, nos recuerda un poco a Nada, de Carmen Laforet. De hecho, ambas novelas comparten fondo y forma. Y, sobre todo, ese mundo represivo y machista ligado a los convencionalismos sociales de la época. Miseria física y humana van de la mano en un contexto enfermo donde el romanticismo no tiene cabida.
